lunes, 17 de noviembre de 2014
CAPITULO 282
Finalmente, pateó el culo de Dom. Finalmente, le dio exactamente lo que se merecía. Por triste que parezca, ver a Dom yacer en el suelo, aturdido, levanta un peso de mis hombros. Pedro nunca tendrá que luchar contra él de nuevo, y una vez que nos vayamos de Las Vegas, estoy segura de que nunca tendré que ver su cara de nuevo. Después de esto, dudo que se aparezca alrededor de Portland siquiera, al menos no mientras Pedro esté allí, de todos modos.
Observo a Pedro ser lanzado hacia atrás cuando Jackson y Damian chocan contra él. Parece que está todavía demasiado embobado por la adrenalina como para que le duela algo, pero sospecho que cuando su cuerpo se enfríe sus músculos van a jodidamente doler.
―¡Lo hiciste! ―gritan, dándole una palmada alrededor.
Pedro se ríe y les aprieta a su cuerpo. Él no hubiera sido capaz de hacer esto sin ellos. El equipo de Pedro, que es lo que son, y esta lucha final no significa que tiene que terminar ahora.
―¡Pedro!
Su risa se desvanece y mi sonrisa se tambalea cuando Matt Somers llega desde el otro lado de la jaula. Él chasquea la cabeza y Damian y Luciano dejan a Pedro ir. Seth me da una pequeña sonrisa tranquilizadora mientras pasea hacia Matt, el presentador y seis cámaras que permanecen delante de él.
El presentador le entrega un micrófono para dirigirse a la multitud. Su anillo de oro brillante se destaca, brillando en la luz proporcionada, mientras él acaricia su desordenado cabello castaño.
―Wow ―dice simplemente y todo el mundo grita en acuerdo―. Eso fue intenso. ¿Cómo te sientes, Pedro?
―Me siento bien ―responde con una sonrisa―. Me siento muy bien.
―Sé que hubo mucha tensión hasta llegar a esta lucha. En algunas ocasiones tú y Dom Russell iban a pelearse fuera del ring, ¿eso hizo que se encienda tu temperamento esta noche?
―Tuvo un pequeño papel en mi juego esta noche, pero soy un luchador. Es mi trabajo perforar caras y pegar a las personas y eso es exactamente lo que hice.
Matt Somers y el presentador se ríen por lo que Pedro dijo e ignoran a Dom, que está sentado ahora, siendo revisado por, al menos, tres médicos. Ellos no se preocupan por él... solo por Pedro, el luchador que ganó la pelea. ¿Y si Dom hubiera ganado? ¿Dejarían a Pedro solo en la lona? Independientemente de Dom, lo que representa, y lo que es, mi corazón se rompe por él... nadie merece ser arrojado como basura.
―¿Qué será lo próximo para Pedro Alfonso? Si pudieras elegir, ¿con quién lucharías después?
La mirada de Pedro se agita sobre su hombro y hacia mi cara.
Hay un mensaje ahí que no puedo leer.
―¿Qué sigue? ―reflexiona durante unos segundos―. Mi esposa está teniendo un bebé.
Más aplausos resuenan.
―Y voy a volver a casa en Portland para manejar mi gimnasio. No quiero pelear más.
Los espectadores inhalan con fuerza, casi por unanimidad antes de la erupción en un ataque de los chismes. Matt Somers mira a Pedro con una sonrisa forzada en su lugar y el presentador intenta jugar con ello.
―¿Dom te golpeó un poco demasiado duro, Pedro? ―se ríe, alejándose de Matt y Pedro. Hay una mirada inquieta en sus ojos mientras él busca en la jaula algo en lo que enfocar su atención. Cuando ve a Dom sentado en el suelo, se dirige hacia él. Pedro sigue al presentador con la mirada, evitando la sonrisa incómoda de Matt. Pedro también ve a Dom, todavía en el suelo, y me mira. Asiento, sabiendo que me está preguntando si debería. Mis labios se curvan en una sonrisa de adoración cuando veo a Pedro ayudar a Dom a ponerse de pie y se dan la mano. No hay palabras intercambiadas, pero por suerte, no más golpes, tampoco.
Mi marido es un buen deportista, un modelo a seguir para otros luchadores. Dom sabe que el ganador ha sido decidido. Sabe que no hay nada más que demostrar.
Pedro se pasea de la jaula y baja las escaleras. Arranco su sudadera del piso y se la devuelvo. La coloca sobre sus hombros y ata sus dedos con los míos. Puedo sentir sus músculos temblando mientras junto mi cuerpo al suyo y caminamos.
La gente lo acaricia mientras caminamos. Le dicen que lo hizo bien y que lo aman.
Él asiente en respuesta. Sus dedos se aprietan alrededor de los míos, como si tuviera miedo de que alguien fuera a alejarme de él, y no se relajan hasta que estamos a solas en su habitación y la puerta está cerrada y bloqueada.
Me apoyo contra la pared mientras deja caer su capucha al suelo y se baja los pantalones cortos. Mis mejillas se calientan ante la vista de su trasero desnudo.
Llega a un par de tijeras en la silla más cercana y me las extiende, luego las baja.
Con una sonrisa pícara pregunta:
―¿Estás sonrojada?
―Te quitaste los pantalones ―le contesto, forzando mis ojos a permanecer en su rostro―. Por supuesto que estoy sonrojada.
Echo un vistazo a las tijeras en sus manos enguantadas.
―¿Quieres que lo corte?
―Nueva regla. ―Se ríe―. No puedes decir frases como esas cuando estoy desnudo. Me pone nervioso.
―Entendido. ―Me río, tomando las tijeras de su mano.
Extiende sus guantes hacia mí y lo corto recto por el centro, liberando sus manos.
Se lanza hacia delante, con sus manos desnudas calientes, ahuecando mi cara. Mi respiración se engancha mientras me presiono a mí misma tan duro como puedo contra la pared para evitar que me roce la sangre de Dom en mi ropa.
―Te escuché, ya sabes.
Mi respiración, rápida y nerviosa, choca con la de él.
―Me oíste decir, ¿qué?
―Gritándome, alentándome.
“¡Muévete!” grito mientras Pedro da un paso lateral y Damian tropieza en la jaula.
Siento mis labios crecer en una sonrisa cuando lo recuerdo.
―Supongo que sí.
Besa la esquina de mi boca muy suavemente. Es el tipo de suave, burlón beso que me dan ganas de agarrar su cara y obligarlo a besarme más duro. Libera mi rostro y se aparta de mí. Observo su gloriosa regresada hasta que desaparece detrás de la puerta de la ducha. Se baña durante al menos veinte minutos y espero a que alguien golpee la puerta o la tumbe con el pie para ahora, pero nadie lo hace y espero pacientemente, escuchando el suave sonido del agua chocando contra las baldosas. Un minuto más tarde, Pedro sale con una toalla envuelta libremente alrededor de sus caderas. La visión de su piel limpia, seca mi garganta. Se inclina contra la pared frente a mí, y sin una palabra de él, camino más cerca.
―Me duele todo... ―Sonríe, sus ojos oscuros quemando brillantemente.
Cuando llego a su alcance, agarra mi camisa y me tira más cerca―. Quiero que me arregles.
Calor quema por mi espina dorsal y se centra entre mis muslos mientras me aprieta contra su cuerpo cálido y húmedo. Si nadie toca la puerta en los próximos veinte segundos, la mierda se va a volver realmente sucia, muy rápido. Lo ansío.
Anhelo mostrarle lo mucho que lo amo, curar temporalmente su cuerpo con el mío.
―¿Cómo puedo solucionarlo para ti? ―le susurro, mi garganta seca y mi voz ronca.
―Un beso es un buen comienzo. ―Agacha su cabeza y estoy paralizada, incapaz de moverme más cerca o alejarme.
Cuando sus labios rozan los míos, la puerta se desbloquea desde el exterior y se abre. Pedro levanta la cabeza, sus cejas arqueándose.
―¿Estás jodidamente bromeando, Pedro? ¿Cómo te atreves a arrojar esa mierda? ―grita Matt, tirando algo por la habitación. Rebota en la pared y se estrella sobre una mesa, botando las botellas de batidos de proteínas. Pedro se gira, metiéndome detrás de su gran cuerpo―. Estás bajo contrato. ¡No puedes malditamente irte!
Miro alrededor del cuerpo de Pedro y Damian le lanza sus jeans. Sin decir una palabra, Pedro se los pone y lanza la toalla a un lado. Mi pecho se siente pesado mientras ansiosamente espero.
―Yo me encargo de este idiota, Pedro ―dice Damian cuando Luciano se desliza en la habitación―. Te vas a casa y duerme bien.
Con una inclinación de cabeza, Pedro se vuelve y me levanta a en sus brazos.
Estoy bastante impresionada que sea todavía capaz de movernos después de una pelea así.
―¡No! ―le grita Matt―. ¡No puedes malditamente dejarlo! ¡Tengo tu firma en un condenado contrato!
Sin hacerle caso, Pedro camina hacia la puerta, pero Matt se precipita hacia adelante, dispuesto a bloquearlo. Antes de que llegue a la puerta, Luciano empuja de golpe su cuerpo con él suyo, dejando espacio para que nos vayamos.
―¡Adiós, Matt! ―digo, envolviendo mis brazos alrededor del cuello de Pedro y riendo como una idiota.
―Cuida de mi muchacho, Paula―dice Damian en voz alta y le sonrío por encima del hombro de Pedro.
―Siempre lo hago.
Pedro me aprieta contra su cuerpo y besa mi cuello.
―¿Dónde estábamos? ―pregunta, rozando la punta de sus labios por mi mejilla.
―Besándonos ―le digo sin vacilar. Giro mi cabeza y suavemente presiono mis labios hacia su corte―. E iba a arreglarte.
La gente nos mira mientras caminamos y nos besamos, pero no es nada nuevo. Antes de Pedro, evitaba todas las formas de afecto en público. Ahora me doy cuenta de que era porque tenía miedo de que la gente viera a través de la farsa que era mi relación con Ramiro. Tenía miedo de que la gente viera que no lo amaba.
Con Pedro, es diferente. Lo beso en público con todo lo que tengo porque no tengo miedo, y en el transcurso de nuestra relación, aprendí una cosa; debes esforzarte por encontrar a la persona con la que te sientas cómodo. Hay que salir de nuestro camino para encontrar a alguien que nos haga sonreír y al mismo tiempo volvernos locos. Debes encontrar a alguien que no te dé un ultimátum, sino que esté dispuesto a crecer contigo y no para ti. La persona adecuada para uno crecerá porque quiere, no porque tú quieres que lo haga. Debes encontrar a alguien que sabe exactamente cómo compensártelo cuando cometa errores, y recuerda, todo el mundo comete errores.
Nadie debe conformarse con menos.
Todo el mundo merece su propio Pedro.
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