jueves, 13 de noviembre de 2014

CAPITULO 274




En mi bolsillo delantero suena mi teléfono, vibrando toda mi pierna. Sin pensar lo respondo y lo pongo en mi oído.


―¿Hola?


―¿Paula?


Me estremezco mientras la voz de mi madre suena a través de mi oído.


―Hola, mamá ―la saludo, forzando la alegría en mi voz.
Con eso, Damian me aprieta el brazo y susurra:
―Voy a dejar que ustedes dos resuelvan lo que quieren hacer.


Él se va. Marco el altavoz en mi teléfono y lo bajo al mostrador. Pedro se inclina hacia delante, cruzando los brazos y apoyándolos en la superficie. En esa posición, las líneas y crestas en sus brazos son prominentes, haciéndome tomar nota de la palpitación entre mis piernas.


―¿Paula? ¿Estás ahí? ―dice mamá a través del teléfono.


Oh. Llamada telefónica. Mamá. Correcto.


―Sí, estoy aquí.


―Respóndeme. ¿Estás embarazada?


Controlo el impulso de rodar mis ojos, aunque que sé que ella no puede verlo. No quiero hablar de esto. Tengo que convencer a Pedro de que voy a estar bien en primera fila con él.


―Mamá, ahora no es un buen momento para hablar…


―… tuve que averiguarlo a través de Vanesa. Debes responder tu teléfono de vez en cuando. ―Me inclino sobre el mostrador. He estado evitando las llamadas de mi mamá por las últimas semanas. He estado tan ocupada y ella está poniéndose de nuevo toda “extraño a mi bebé”, como lo hizo antes de que papá muriera. Me estuvo sofocando todo el camino desde Portland. No puedo decir que estoy sorprendida de que ella llamara a Vanesa, sin embargo. Es un movimiento típico de mamá.


―Sí, mamá. ―Suspiro―. Pedro y yo vamos a tener un bebé.


―¿Pregúntale cuándo iban a decirnos? ―oigo a la madre de Pedro, Julia, gritar en el fondo.


Estoy feliz de que esas dos hayan congeniado y se hayan convertido muy cercanas desde que papá murió y Julia salió de rehabilitación, pero hombre, ellas realmente saben cómo conspirar contra mí y Pedro.


―Nunca, mamá ―dice Pedro al teléfono y ambas jadean. 


Estiro la mano y lo palmeo en el brazo, y él se ríe. Sabe que no debe atormentarlas. Cuando ellas están juntas, las llamadas telefónicas pueden durar horas. Literalmente horas. No atormentarlas significa menos tiempo en el teléfono. Gracias a Dios que no ellas saben cómo configurarse en Skype.


―Cuando lleguemos a la fecha límite ―les digo.


―A las quince semanas ―añade Pedro, sintiéndose superior sabiendo todas estas cosas del embarazo.


―¿Cuántas tienes?


―Once semanas.


Ellos jadean de nuevo.


―¿Ibas a esperar cuatro semanas más para decirnos? Paula Chaves, eso es indignante.


La mandíbula de Pedro se tensa ante el uso de mi mamá de mi antiguo apellido. Le digo que es una vieja costumbre de ella, pero él insiste en corregirla cada vez. Sencillo. Tiempo. 


Él me da esa mirada, la mirada intensa por debajo de sus cejas con la que no puedo discutir.


―En primer lugar, ya no es Paula Chaves y en segundo lugar, no queremos darle a nadie esperanzas.


Hay una pausa larga y tranquila antes de que las mamás estallen en un ataque de gritos y aplausos.


―Oh, Pau. Podemos convertir la habitación de Agustin en una guardería y… Pedro se ríe, cortando a mamá.


―No lo creo, señora Chaves.


Odio cuando Pedro se refiere a mi madre por su apellido. Ella lo odia también, pero él no va a usar su nombre de pila. 


¿Qué puedo decir? A él le gusta meterse bajo la piel de mi madre.


―Lo tengo todo bajo control ―le asegura.


―¿Lo tienes todo bajo control? ―pregunta ella, su voz mezclada con escepticismo.


―Bueno, iba a guardar la sorpresa hasta después de mi última pelea, pero ya  que está tan segura de que no he planeado nada, voy a decirle. ―Una sonrisa de orgullo se muestra en sus facciones y da la vuelta a la encimera de la cocina, llegando a pararse a mi lado. Trabo mi mirada con la suya, incapaz de apartar la mirada―. Compré otra casa en Portland. Paula y yo vamos a vivir allí con nuestro nuevo bebé.


Mi corazón se hincha en mi pecho y presiona contra mis pulmones que ahora se estrujan en mi caja torácica.


―¿Lo hiciste? ―Mamá y yo preguntamos al mismo tiempo.


―Lo hice.


Mamá está hablando en el fondo, algo acerca de convertir la habitación de Agustin en una guardería de todos modos, para cuando ella lo cuide, pero realmente no la escucho. 


Todo lo que oigo es el rápido y desigual ritmo de mi
hinchado corazón. Agarro a Pedro, tirando de él hacia mí y besándolo con fuerza.


Lo siento sonreír contra mi boca y la devuelvo. Voy a admitir que estaba un poco preocupada acerca de cómo íbamos a manejar toda la situación de la casa. Con Luciano, la madre de Pedro, y Vanesa prácticamente viviendo en la actual casa de Pedro, opté por seguir viviendo con mamá hasta que el resto encuentre una vivienda permanente. Él arregló eso. 


Compró una casa completamente nueva solo para nosotros... para su pequeña, pequeñita familia.


―¿Paula? ―llama mamá―. Paula, ¿estás ahí?


Le doy una palmada a la pantalla de mi teléfono una y otra vez sin despegar los labios de Pedro, hasta que cuelga.


―Te amo ―le digo cuando me alejo.


Mis labios rozan los suyos mientras arrastro las yemas de mis dedos por su torso, amando la manera en que sus abdominales inferiores tiemblan bajo mi tacto.


―Y creo que acabo de demostrar que te amo, también.


No voy a negar eso.


―Lo hiciste.



Agarra mi cara, tirando de mí con fuerza contra él. Nuestros labios chocan y corrientes eléctricas surgen desde las yemas de sus dedos y hacia mi cuerpo.


Estamos intercambiando energía, subiendo y subiendo mientras la energía estática fluye a través de nosotros. Estoy lista para irme, lista para hacer lo que él quiera hacer, pero hay una cosa de la que tengo que ocuparme primero. 


Con Pedrono estoy por encima de usar el sexo para conseguir lo que quiero, así que meto mi mano bajo el dobladillo de sus pantalones y agarro su longitud semi-dura en la palma de mi mano. Él gime, mordiendo mi labio inferior y haciéndome jadear.


Abro la boca y él mete su lengua dentro, robando todo el aire de mis pulmones.


Me alejo de su boca y gruñe bajo en su pecho, apretando mi culo, y jalándome hacia adelante. No tengo más remedio que envolver mis piernas bajas en sus caderas. Mi frecuencia cardiaca aumenta, sonando como diez caballos golpeando rápidamente una pista.


―Tú me quieres, ¿no? ―bromeo, moviendo minuciosamente mi mano contra él.


Él me da una especie de oscura sonrisa, una que me hace atreverme a burlarme de él.


―¿Es obvio?


Devolviéndole su mirada diabólica, chupo mi pulgar en mi boca, mojándolo con mi saliva antes de bajar a sus pantalones y presionarlo en la misma punta de
su erección. Él expulsó una exhalación fuerte mientras yo giraba y giraba mi pulgar, mezclando mi saliva con su líquido preseminal. Sus dedos se clavaron en mis caderas, amenazando con amoratarlas si no dejaba de burlarme de él. Solo hay una pregunta que tiene que responder con el fin de que deje de burlarme. Si la responde correctamente, puede tenerme de cualquier manera que quiera.


Juzgando por cuan ansioso está dirigiéndome, asumo que follar en el mostrador de la cocina no es un grito lejano en la distancia. La idea me emociona sin fin, haciéndome humedecerme entre mis muslos al instante.


―¿Me quieres en primera fila, ¿verdad? ―pregunto, apretándolo con fuerza en mi mano.


Él aprieta sus dientes, negándose a contestar, así que envuelvo su punta y pongo mi boca más cerca de la suya. Va a besarme, pero apenas dejo que nuestros labios se rocen.


―Joder, Paula ―murmura en voz baja, su polla estirándose contra su propia carne.


―¿Quieres que esté en primera fila, contigo, Pedro? ―lo intento de nuevo, mi voz sonando muy ronca.


Él asiente, su rápida y necesitada respiración chocando con la mía.


―Sí ―dice en voz baja―. Sí, te quiero justo ahí a mi lado.


¡Victoria! Aplasto mis labios a los suyos y sus dedos se enganchan debajo de mis pantalones vaqueros. Él me levanta de la silla, aparta mi sándwich y me baja sobre el mesón. Jala mis vaqueros, bajándolos por mis piernas. Mi culo desnudo toca la superficie y puedo escuchar la voz de Vanesa en la parte de atrás de mi cabeza, haciéndome soltar una risita. “Asco. ¡Maldición, la gente come aquí!”


Cuando mis vaqueros son liberados, Pedro me ataca, poniendo su cuerpo sobre el mío. La electricidad fluye de nuevo, y esta vez, ni siquiera un pulso electromagnético puede salvarnos de nosotros mismos.

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