lunes, 10 de noviembre de 2014

CAPITULO 266



PAULA



Cinco pequeñas respiraciones. Tomo cinco pequeñas respiraciones y bajo mis manos de mi cara. El palo confirmó mi miedo... el miedo a un bebé pequeño que crece dentro de mi cuerpo. Ya mi cuerpo se siente ajeno a mí, como si me estuviera dividiendo en dos. Pedro se queda mirando al palo... su rostro carente de cualquier emoción.


―Di algo... ―pronuncio, rastrillando mis dientes dolorosamente sobre mi labio inferior―. Di cualquier cosa...


Se pasa su gran mano por la boca antes de apretarse el mentón. Cuando se cae de su rostro, se aparta del mostrador rastrillando los dedos por su cabello. Lo observo de cerca y veo que se vuelve cada vez más ansioso con cada segundo que pasa. Todo va a estar bien, me consuelo, él lo prometió... y Pedro nunca me ha roto una promesa.


―¿No has estado tomando la píldora? ―Su pregunta es tranquila. Tan tranquila que apenas escucho.


―No eres exactamente una eficaz advertencia como método anticonceptivo, Pedro. Quiero decir, mírate. Te quitas la camisa y mi cerebro deja de funcionar, me duelen los ovarios, y mi cuerpo se impone en la ovulación, independientemente de la madre naturaleza o las pastillas que estoy tomando.


―¿Vamos a ser padres? ―me pregunta, sin mirarme ni una sola vez.


―Yo... supongo que sí. ―Mi labio inferior tiembla―. Pedro


―No puedo ser padre… ―susurra, agachándose y ahuecando su rostro―. No puedo ser un padre.


―Es un poco tarde para eso, ¿no crees? ―digo, dando un paso adelante.


Abruptamente, Pedro se endereza y se eleva sobre mí, pero me niego a acobardarme ante él.


―No es demasiado tarde, Paula.


Me estremezco, mientras mi aliento se atasca dolorosamente en mi garganta.


Jamás sugeriría que haga algo así... ¿Abortar a mi bebé… a nuestro bebé?


―Estás fuera de tu mente si piensas que voy a hacerle daño a nuestro hijo.


Frunce el ceño, verdaderamente perplejo con mi respuesta.


―Aún no es un niño.


Mi corazón se rompe y golpea dolorosamente en mis pulmones. No puedo respirar. Las lágrimas queman mis ojos, pero no me atrevo a apartarlos de su mirada, su fija mirada de chocolate oscuro.


―Lo que me estás diciendo... ―Mi voz se quiebra y mi nariz chorrea, pero no me importa―. No es algo que un marido debería decirle a su esposa...


Hay dolor en su rostro... Lo veo tan claro como el día, pero no voy a expresarlo. No me está dando una razón para compadecerme de él. Quiere ser culpado, quiere que lo odie, para que sea más fácil para él. Pedro está buscando una manera de hacerse daño a sí mismo, lo sé. Es lo que hace.


―Siempre has dicho que quieres la verdad de mí. Ahí la tienes.


Gruño mientras lo empujo con mis manos en su estómago. 


Apenas retrocede, dando un sutil paso atrás


―¿Por qué haces esto? ¡Dijiste que íbamos a estar bien!


Lo empujo otra vez y da un paso más. Estoy llorando horriblemente mis ojos se sienten hinchados, la garganta obstruida por los sollozos. Lo prometió...


―Y vamos a estar bien, pero tenemos que resolver esto.


No hay nada que resolver. Si está demasiado asustado de ser parte de esto, entonces está bien, no lo necesito para hacerlo.


―Voy a mantenerlo, Pedro ―sollozo―. Y no estoy pidiendo tu permiso.


―¡Me estas acorralando! ―estalla. Inmediatamente el arrepentimiento llena sus brillantes ojos, pero esto ya es el colmo.


―¿Eso es lo que estoy haciendo? ¿Acorralándote? ¿Cómo crees que me siento? ―Mis gritos hacen eco a través del cuarto de baño, rebotando en las paredes―. ¿No crees que me siento atrapada? ¿No crees que estoy jodidamente petrificada? No estoy lista para ser madre.


―Por lo menos sabes que serás una buena madre. No puedo ser un buen padre, no he tenido a nadie en el infierno para aprender, ¿cómo puedo ser un buen padre cuando ni siquiera estoy seguro si soy una buena persona?


Suavizo mi pelea... siempre se trata de Pedro y su incapacidad para ver lo bueno en sí mismo.


―Eres una buena persona. ―Mis lágrimas corren inundándome―. ¿Cuántas veces tengo que decirlo antes de que me creas?


Sacude la cabeza y empuja más allá de mí.


―Me tengo que ir.


Me volteo con su cuerpo, mirando su espalda mientras él entra en el dormitorio.


―¿Qué? ¿Adónde vas? Si huyes de mí ahora, entonces todo lo bueno que he pensado en ti no es cierto.


No responde, solo se va... los portazos a su paso. Me quedo clavada en mi lugar, esperando que vuelva con una hermosa sonrisa en su cara y riéndose, diciéndome que todo es parte de alguna broma de mal gusto.


No regresa. Me quedo quieta, esperando durante veinte minutos, pero no regresa. Una sola lágrima cae de mi ojo quemando y se desliza por mi mejilla. Me la limpio apartándola, junto con mi tristeza. La única cosa que me llena ahora es rabia... ¿Jodidamente se fue? ¿Solo así? 


Camino como una tormenta por la habitación, recogiendo un lindo adorno de un león. Tiro de la puerta de la habitación abriéndola, y por primera vez en mi vida, lanzo algo... que navega sobre la barandilla de la escalera y cae en el suelo, rompiéndose en mil pedazos minúsculos, al igual que mi relación, la relación que he defendido desde el comienzo. 


Me vuelvo sobre mis talones y me tiro en la cama. Huele como él, por supuesto que jodidamente lo hace. Dios no permita que absorba mi olor, algo que no me haga arder o aplaste mi alma. Amontono las sábanas de satén y entierro mi cabeza en ellas. Va a volver. Sé que lo hará... pero a pesar de que lo creo, hay una incertidumbre que gira alrededor de mi estómago.


Tengo que llamarlo. Me siento mientras saco mi teléfono de mi bolsillo y marco su número. Suena, yendo directamente al correo de voz. Después de la señal, le dejo mi mensaje:


―Quiero que vuelvas a casa... Necesito que vengas a casa. ―Me trago un sollozo―. Todo este tiempo que te he permitido tenerme y dejarte hacer lo que quieras hacer conmigo, era porque te amo y creía que me cuidarías sin importa qué. No te culpo, Pedro. No te culpo porque me engañé a mí misma con la creencia de que no eras la persona que todo el mundo decía que eras. Mi corazón me está diciendo que tú eres un buen hombre, pero mi cerebro me dice que un buen hombre nunca habría abandonado a su esposa cuando más lo necesitaba. Yo también tengo miedo. Tengo un ser humano en el vientre que tengo que cuidar.
Tengo este bebé que es la mitad de mí y con el que tengo que compartir mi cuerpo y estoy aterrorizada. Estoy asustada de que soy responsable de otra vida cuando apenas puedo cuidar de la mía propia. ―Me enojo secándome una lágrima―. ¿No estás listo para esto? Yo soy la que tiene que tomar todos los riesgos y ¡estoy enloqueciendo! Estoy loca por creer que eras lo suficientemente hombre para aguantar, pero no te quedaste. Estoy sola en la habitación... está vacía y hace frío, y huele a ti. ―No puedo evitar la sonrisa que tira de mis labios mientras su increíble olor se filtra por mi nariz con cada inhalación―. Sabes, mi padre me prometió que eras un buen hombre... él respondió por ti cuando nadie más lo hizo. Por favor, no lo hagas quedar como un mentiroso. Vuelve a casa conmigo, Pedro... te amo.


Cuelgo el teléfono y me dejo caer contra el suave colchón. 


Dejo que mis dedos se arrastren por encima de mi abdomen y me pregunto si el bebé puede sentir lo triste que estoy... ¿Estoy haciéndolo sentir triste? ¿Puede oírme? ¿Tiene oídos todavía? Estoy embarazada... y no tengo ni idea de lo que esto implica exactamente. No sigo estando enojada con Pedro... Lo perdono. Está asustado y quiero que vuelva a casa.


Cierro los ojos y tomo respiraciones calmantes. En mi pecho, mi corazón todavía late rápido y mi garganta se estremece. El rostro de Pedro parpadea a través de mi mente. Veo sus hermosos ojos marrones y su sonrisa desgarradora, y lo pierdo. Los sollozos brotan de mi garganta y ruedo sobre mi lado, agarrando las sábanas y tirando de ellas hacia mi cara para absorber las lágrimas...



Se fue.

No hay comentarios:

Publicar un comentario