viernes, 23 de mayo de 2014

CAPITULO 166




Paula 
 
—¡Vamos! —se ríe Agustin, inclinando la cabeza hacia atrás—. No es tan malo.


Sostengo la foto de él a los catorce más cerca de la computadora y apunto a su horrible corte mohicano. 


—¡Míralo! ¿Cómo puedes mirar eso y creer que se ve bien? 


Agustin ríe de nuevo, esta vez pasando una mano por su cara cansada.
Nuestra sesión de Skype con Agustin terminó temprano ayer por la noche porque fue llamado a servicio a último minuto, así que reprogramamos para esta noche. Sonrío, mirando a mi hermano. El corte de cabello se adapta a su fuerte cara mucho mejor que su corte mohicano.


—¿Cómo está Pedro? —pregunta, genuinamente interesado.


—Bien. —Muerdo una sonrisa—. Me quedaré en su casa esta noche. 


Su rostro se arruga y chasquea su mano hacia mí.


—No quiero saber.


Al crecer, mi hermano y yo nos contábamos todo. A pesar de que teníamos nuestros propios amigos en la escuela, siempre nos gustaba volver a casa y pasar el rato uno con el otro, compartiendo chismes sobre los otros chicos. Continuamos compartiendo secretos e información hasta que ambos nos convertimos en sexualmente activos... después de eso, se puso muy incómodo, sobre todo cuando Agustin empezó a dormir con algunas de mis amigas.
En el bolsillo oculto en mi vestido, mi teléfono suena. Sé que es Pedro o Damian. Están cerrando el gimnasio temprano esta noche y me dijeron que llamarían para dejarme saber cuándo esté todo cerrado. Deslizo el teléfono de mi bolsillo y miro la pantalla “Damian”, como lo había pensado. 

Tomando la llamada como un “todo bien”, lo dejo sonar, sabiendo que no es nada importante. 

—¿Es Pedro? ¿Te tienes que ir? 

Niego con la cabeza. 

—No, es el entrenador de Pedro, Damian. Dijo que me llamaría cuando el gimnasio esté cerrado.


—Bien. ¿Cómo le está yendo al gimnasio, de todos modos?
Sonrío ampliamente. 

—Va muy bien, en realidad. Hemos triplicado nuestras inscripciones.


Mi teléfono vibra de nuevo, llamando mi atención y frunzo el ceño. 

—Dame un segundo. —Agarro mi teléfono. 

—¿Damian? 

—Paula... —suspira en un tono que envía pavor en espiral a la boca de mi estómago—. Me dirijo a casa de Pedro ahora... creo que deberías encontrarme allí. 

Estoy mirando la parte superior del escritorio y veo nada más que la cara de Pedro. 

—Pau… —Mamá sale de la cocina y la silencio con un destello de mi palma.


—¿Está todo bien? —pregunto lentamente, preguntándome qué demonios podría haber sucedido en el gimnasio.

—No, en realidad no. —Pieza por pieza, recita lo que Dom les había hecho. 

Mamá y Agustin me miran y puedo ver sus bocas moviéndose mientras hacen preguntas, pero no puedo oírlos. Al final, mis manos tiemblan y mi visión se pone vidriosa sobre una neblina roja. ¿Dom los atacó en el estacionamiento? ¿Pedro está herido? 

—Estoy en camino. 

Cuelgo y salto de mi silla, pasando mis dedos por mi cabello.


—¿Pau? —pregunta Agustin, con el rostro duro—. ¿Qué está pasando?


—Uh. —Niego con la cabeza, incapaz de repetir lo que Damian me dijo. 

—¿Pauly? —dice, usando su apodo para mí. Ha pasado tanto tiempo desde que lo he oído que se aclara de inmediato mi cabeza. 

.
—Pedro está herido. 

Mamá jadea, alzando sus dedos para tapar sus labios.

—Me tengo que ir. 

Deslizo mi teléfono en mi bolsillo y corro a la cocina, agarrando mis llaves del gancho.

—Te llamo más tarde —le digo a mamá sin mirar por encima de mi hombro—. A ti también, Agustin.

Cierro la puerta de un golpe detrás de mí y mi corazón comienza a correr,cuando capto todo. Miro mi teléfono. ¿Por qué no me ha llamado? Prácticamente salto en mi auto y acelero, yendo muy por encima de la velocidad límite. En el portavasos mi teléfono zumba y a pesar de los riesgos, lo agarro y leo el mensaje. 
 
DE: PEDRO. HORA: 7:08 PM  
Iré a la cama temprano esta noche. Cansado. 
Lo siento.
Dejo caer mi teléfono y presiono más fuerte el acelerador. Sacudo mi cabeza,molesta que él no mencionara que está herido en su vago mensaje de texto. Sé que no quiere verme, pero no daré la vuelta, no cuando sé que está lastimado.

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