martes, 20 de mayo de 2014

CAPITULO 155



Paula 
 
Me detengo junto a la pequeña tienda de comestibles cerca del gimnasio y me siento en mi coche durante unos largos segundos porque no tenía ni idea de lo que Pedro tendría en su nevera... comprar más de lo mismo tendría sentido. Con un profundo suspiro, abro la puerta, arrastrándome del asiento, y la cierro detrás de mí. Estoy feliz de estar aquí por mi cuenta. La última vez que fui a una tienda de comestibles con Pedro y su nutricionista, Mina, te juro que casi tengo una crisis nerviosa. Las miradas que recibía de ella, cada vez que sugería algo no “orgánico” eran ridículas. Parece que la dieta de un luchador es muy estricta. ¿Sabías que hay diferentes tipos de hidratos de carbono y de grasas? Yo no. Afortunadamente, a Vanesa no le importaba si algo era orgánico o cultivado exclusivamente con productos químicos. Ella no era de las personas que se preocupaban por lo que metía en su cuerpo y, sin embargo, su cuerpo seguía siendo perfecto.

Mis pensamientos de alimentos saludables y cuerpos perfectos me distraen hasta que estoy de pie frente a la sección Deli de la tienda.


―Veintinueve ―dice una mujer en voz alta, llamando mi atención y miro hacia abajo, al número de mi mano.

Oh, esa soy yo. Doy un paso hacia adelante, le entrego el boleto, y ordeno unos muslos de pollo y unas costillas de cordero. Todo está cubierto por una gruesa capa de salsa barbacoa ahumada y me hace la boca agua. Mi boca no es la única cosa necesitada con humedad... Todavía no soy capaz de librarme de la manera caliente que sentí cuando la boca de Pedro envolvía mi pezón... su lengua se deslizaba
con la presión perfecta sobre mi pico duro, enviando una gran cantidad de hormigueo electrificado entre mis piernas...

―¿Paula? 

 
Mis ojos se disparan abiertos. Todavía estoy en la tienda, de pie al lado de la sección del congelador con una pequeña cesta llena de artículos... artículos que no recuerdo haber cogido porque estaba demasiado atrapada en la forma en que Pedro me manejaba. Y cuando él me tiró del cabello con tanta firmeza, Oh mi Di…


―¿Paula? ―dice de nuevo la voz familiar.  

Giro alrededor sobre mis talones y reconozco de inmediato el rostro juvenil de Ramiro y sus ojos brillantes. Una gruesa sensación de incomodidad retuerce mi estómago y estoy casi segura de que es odio. Creo que estoy enojada de solo mirarlo...
―¿Ramiro? 

Se ajusta su negra camiseta y da un paso adelante tirando de mí y de la cesta que interfería entre nuestros cuerpo. 

―¿Cómo estás? ―pregunta cuando me libera.  

No he visto a Ramiro desde el funeral de mi padre. Él estaba tan inusualmente calmado sobre Pedro y yo estando enamorados. 

―Estoy bien, gracias. ¿Cómo estás tú? 

Realmente no me importa como esté, no como antes de conocer a Pedro. Sólo le pregunto por cortesía y porque no quería hacer una escena.  

―Estoy bien. ―Sus ojos me beben, mirando mis pantalones cortos negros,de cerca―. Te ves bien.  

Cambio mi cesta, dejándola caer sutilmente ocultando mis piernas desnudas.
Ramiro me ha visto desnuda demasiadas veces para sentirme insegura frente a él,pero  no quiero que me mire de esa manera nunca más. No soy suya. Sólo hay un par de ojos que deseo deslizándose sobre mi piel y son de color marrón, con hermosos ríos de miel dorado, no azules.


―¿Cómo está Pedro? ¿Todavía te está tratando bien?
Puedo oír la esperanza en su voz y eso me hace sentir descontenta. ¿Cómo se atreve?


―Como una princesa ―le contesto, forzando una sonrisa falsa solo para llegar a él. 

Ramiro se acerca unas pulgadas y doy un paso hacia atrás hasta que la piel de mis hombros presiona contra el frío vidrio de la nevera.


Baja la voz, sonriendo incómodamente. 

 
―He estado pensando mucho en ti últimamente... Te echo de menos.


Aprieta la mano contra el cristal al lado de mi cabeza y si me yo empujo más fuerte en la nevera, voy a traspasarla. 

―Ramiro, no. 

―No estoy haciendo nada, sólo quiero hablar. ―Su sentencia termina con una pequeña exhalación y recojo aroma a vodka... o algo parecido.


―¿Estás borracho? ―Él no parecía borracho. Sus ojos estaban alerta y su piel libre de sudor pegajoso.


―Tomé un poco, pero no estoy borracho.


Doy un paso de distancia. 

 
― Adiós. ―Él se desliza en frente de mí.


―Sólo quiero hablar, Paupy. 

Aprieto los dientes. Odio ese apodo.  

―No tenemos nada de qué hablar. En lo que a mí respecta, somos desconocidos. 

Sus cejas se levantan y da un paso hacia atrás, pasándose la mano por la cara. No tengo que preguntar para saber que lo he cabreado.


―¿Extraños? Estuvimos juntos durante seis años, éramos lo primero para el otro, y conocimos a la familia del otro, ¿pero ahora somos desconocidos? ¿Qué diablos te pasó?


―No soy yo, nunca he sido yo. Fuiste tú. Te hiciste esto a ti mismo, y noticia de última hora, he seguido adelante. Amo a alguien más. Si me ves caminando por ahí, no me hables. Somos desconocidos ahora, no por mí, y no es incluso a
causa de Pedro. Es por tu culpa.


Empujo más allá de él, pero antes de tomar distancia, me dirijo a él.  


―A la luz de todo esto, sin embargo, creo que tengo que darte las gracias...


―¿Por qué? ―gruñe, con la cabeza rompiendo en mi dirección.


―Si no fuera por ti, yo nunca habría tenido la oportunidad de conocer a Pedro... así que gracias.


Estrecha sus ojos azules en mí y el miedo que solían provocarme deja de existir. Le he vencido y ya no me afecta. Mi sistema es inmune a él.


―Eres tan agradable ―dice inexpresivo, casi gruñendo. 

Me giro de nuevo y marcho hacia la caja sin comprobar dos veces el contenido de mi cesta. No debería estar tan enojado. Él sabe cómo va el dicho, “la tratas bien o alguien más lo hará”, y eso es exactamente lo que pasó.

No hay comentarios:

Publicar un comentario