martes, 13 de mayo de 2014

CAPITULO 131



Me besa suavemente, para reconfortarme. En ese momento, no puedo ni imaginar que vaya a mejorar. Mi padre se ha ido. Mi hermano y yo estamos sin padre. Mi madre está sin marido y, ¿qué va a pasar con el gimnasio? Un nuevo ataque de lágrimas corren bajando de mis ojos y Pedro me presiona firmemente contra él. Mi mamá está sola en estos momentos. ¿Quién está ahí para consolarla?

―¿Puedes llamar a Vanesa, por favor? ―sollozo, limpiándome los ojos porque pican por el rímel corrido―. Tengo que ir a casa.  

Asiente y da un paso atrás del chorro de agua, dejando que caiga a plomo sobre mi espalda. Pedro me deja para hacer la llamada y me siento peor sin su presencia. No tengo ninguna razón para detenerme de romperme por completo, pero por suerte alcanzo un punto de entumecimiento y las lágrimas dejan de fluir totalmente, dejándome con una sensación de... vacío.

Pedro abre la puerta de la ducha. Una toalla está envuelta holgadamente alrededor de sus caderas.  

―Vanesa está en camino.  

Cierro el grifo y salgo. Él agarra una toalla de color púrpura y la envuelve alrededor de mis hombros. Sus brazos frotan de arriba abajo,secándome.  

Pedro.


―Por favor… sólo quiero cuidar de ti. ―Los finos ríos de miel de oro en sus iris destellan desesperadamente y por eso levanto mis brazos. Seca mi torso de forma rápida y suave antes de comenzar con mi mitad inferior. Cierro los ojos y él roza sus labios sobre la piel de mis caderas después de secarlas con una toalla, haciéndome temblar.  
Deja caer la toalla y me lleva a la habitación. Enciende la luz y luego la atenúa hasta una posición más baja. Se desliza en un par de pantalones de chándal negro y noto un conjunto de ropa asentada en la cama, con el par de pantalones de cordón que llevaba anoche incluido. 
―Quiero que estés cómoda esta noche.

Desliza un sujetador sobre mis brazos y lo abrocha detrás de mi espalda. Alcanza mi ropa interior y se arrodilla delante de mí, sosteniéndola alrededor de mis pies. Doy un paso hacia ellas y las empuja todo el camino hacia arriba,besando mi ombligo cuando su cara se sitúa en frente de él. Paso los dedos por su cabello mojado para hacerle saber que lo está haciendo bien. No quiero desanimarlo por completo. Me deslizo dentro de los pantalones y los ata con fuerza, evitando que se caigan. Por último, pone una camiseta de color rosa sobre mi cabeza y me sonríe. Me siento tan cómoda.  

Oigo un bajo murmullo de voces por las escaleras y mi consuelo se desliza por la ventana. Odio llorar delante de la gente y no hay manera de que pueda fingir no estar completamente devastada.

―Damian y Luciano están aquí. ―Señala a su labio―. Quieren ver mis cortes. No tienes que bajar. Quédate aquí y volveré. 
Me quedo en la cama, abrazando una almohada entre mis piernas y mis brazos. Me siento mal y quiero a mi mamá.
No me importa lo infantil que parezca. Quiero que me abrace, que sea valiente por mí, porque Dios sabe que estoy como la mierda y que sólo va a empeorar. Debí haberme quedado en Portland. Papá quería que fuera a Boston y no lo pensé dos veces. Lo llamé un par de veces esta semana y cada una de esas veces me dijo que se sentía bien y que estaba feliz. No sé mucho acerca de los ataques al corazón. ¿Ellos "simplemente suceden" o hay una gran cantidad de síntomas que pueden ser detenidos antes de que llegue? 

Hay tantas cosas sobre las que debería haber investigado… debí haberme quedado.

Me tumbo en la cama durante un rato, pensando en mamá y Agustin. ¿Acaso siquiera lo sabe? ¿Van a darle tiempo para regresar del funeral de su padre? Espero que sí.

―¿Dónde está? ―Oigo que pregunta una voz femenina. Ni un segundo más tarde, tacones golpean rápidamente por las escaleras. ¿He estado acostada aquí durante dos horas? 

Salto de la cama cuando Vanesa irrumpe a través de la puerta, con sus ojos brillantes por las lágrimas―Pau
―susurra. 
Verla trae recuerdos de casa y me rompo de nuevo. Corre hacia mí, atrayéndome a sus brazos. Lloro en su pecho, soltando lágrimas en toda su camisa de satén.

―No puedo creerlo. ―Llora conmigo―. Lo siento mucho.  
Sus dedos rozan mi cabello mientras su cuerpo se sacude con sus propias lágrimas.  
―Se ha ido ―sollozo―. Y no sé qué se supone que deba hacer. 
―Vamos a llevarte a casa. ―Me sujeta por un poco más de tiempo,hasta que me las arreglo para detener el flujo de lágrimas y alejarme.  
―Reuniré un par de cosas, nos vemos abajo.

Sale de la habitación y me tambaleo sobre mis pies. Me siento tan débil, como si hubiera llorado toda la energía fuera de mi cuerpo. Entro en el cuarto de baño y recojo toda mi ropa. La meto en mi maleta y cierro la cremallera justo cuando Pedro aparece en el marco de la puerta.   

―¿Estás lista?
 
Asiento. 
 
―Creo que sí.

Da un paso hacia delante y veo su ceja apropiadamente vendada y su labio brillando con algún tipo de crema clara.  
―¿Puedo acompañarte afuera?

Su pregunta me hace sonreír, incluso si es sólo una contracción de mi labio.  
―Por supuesto que sí.

Agarra el mango de la maleta y la saca de mi mano. Lo sigo de cerca por detrás, entrecierro los ojos a medida que salimos de la habitación y entramos en el brillo de la sala de estar. Camino por las escaleras una a una. Hay incomodidad en la atmósfera y sé que Damian y Luciano están tratando de no mirarme. ¿Tienen miedo que vaya a enloquecer y romperme? 
―¿Todo listo? ―pregunta Vanesa mientras se desliza fuera de los brazos de Luciano. Cuando camino por las escaleras y en la alfombra ella envuelve su brazo alrededor de mi cintura.
Damian retuerce una gorra en sus manos y toma unos pasos hacia mí.  

―Lamento mucho lo de tu padre… ―Mi garganta se contrae y trago saliva. No voy a llorar, no mientras alguien está dándome sus condolencias. No quiero hacerlo más incómodo para ellos―. Era un gran tipo y me siento honrado de haber llegado a conocer a Ricardo. El equipo no será el mismo sin él. 
Me dolió sonreír, pero me las arreglé para forzar una. 
 
―Gracias.

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