Miro hacia delante sin ver nada. El público se está volviendo loco, pero parece mudo para mí.
―¿Señorita Chaves?
Dejo caer mi mano a mi regazo. Creo que voy a vomitar. Mi teléfono es apretado con fuerza en mi mano mientras salto de mi asiento y paso a través de la multitud. Tengo que salir de aquí. No tengo ni idea de a dónde voy, pero sigo por un pasillo a ciegas hasta que me detiene un grupo de guardias de seguridad. Les muestro mi pase y me dejan pasar.
Se hunde en mí ahora y el corazón se me aprieta en el pecho. Me lanzo rápidamente por el pasillo, salvajemente, sin saber a dónde ir. Giro a la izquierda, luego a la derecha, luego otra vez a la izquierda. Puedo oír el retumbar lejano de una multitud sedienta de sangre. Sus pasos martillean contra el techo por encima de mí.
Veo el nombre de Pedro en una puerta y me sumerjo a través de ella,cerrándola detrás de mí con un ruido sordo.
No quiero estar aquí, pero no tengo otro lugar a donde ir. Me tropiezo hacia la pared del fondo y empujo mi cuerpo contra su cemento frío. Me deslizo hasta el suelo, con los brazos cerrados fuertemente contra mi pecho mientras las primeras oleadas de angustia me golpean. Sollozos ahogados escapan de mi pecho mientras las lágrimas se vierten sobre el borde de mis ojos. Ni siquiera trato de contenerlas mientras mi pecho palpita. Me tapo la boca con ambas manos y llevo las rodillas hasta mi pecho. Estoy en Boston.
Tengo que estar en Portland.
Ni siquiera me sobresalto cuando la puerta se abre de golpe,golpeándose contra el hormigón. No veo cómo Pedro grita a su equipo que nos dejen en paz. Siento sus húmedas y cálidas manos tocando mis hombros,levanto mi rostro de mis manos para mirarlo a la cara. Su ceja sangra y hay un nuevo corte en su labio inferior. Sus labios se mueven, pero no sé lo que está diciendo.
―Paula ―dice de nuevo y puedo oír su tensión, su voz
preocupada―. ¿Estás bien? ¿Qué pasa? ¿Él te ha herido?
Niego.
―Es papá… él… ―No puedo terminar la frase y entierro mi cabeza en las palmas de mis manos.
―Lo siento tanto,Pau ―susurra. Sus suaves labios rozan la cima de mi cabeza. Tomo una bocanada de aire mientras trato de controlar mis sollozos. Sus manos se curvan alrededor de las mías, tirando de ellas fuera de mi cara. Escondo mi cabeza. No quiero que me mire. Sólo puedo imaginar cómo lucen mis ojos hinchados o cómo de corrido debe estar mi maquillaje. Las puntas de sus dedos se curvan debajo de mi barbilla, forzándome a mirarlo. Me observa con una expresión triste que grita lo impotente que se siente y me jala hacia él, acunándome en sus brazos mientras lloro en su pecho ya mojado. La punta de su pulgar acaricia mi mejilla, enjugándome las lágrimas.
―¿Ganaste? ―pregunto, sollozando.
Todo lo que hace es asentir.
―T-tengo que ir a casa.
―Por supuesto. Te llevaré.
Niego.
―¿Puedes llamar a Vanesa y pedirle que venga a buscarme? ―Pedro abre la boca para protestar, pero lo interrumpo―: Quiero estar con mi mamá…
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