sábado, 10 de mayo de 2014

CAPITULO 123



Pedro se pone de pie y el resto del equipo lo sigue. Vivian sonríe dulcemente y se va. La mirada de Pedro fluctúa de la mano de Dom a mi cadera a su cara. Damian le está hablando en voz baja a Pedro, pero él no parece que esté escuchando una palabra de lo que está diciéndole. Está en plena ebullición. Puedo ver su mandíbula moviéndose y apretándose, sus dedos se flexionan a los costados y el pecho sube y baja en jadeos profundos.

Trato de dar un paso adelante, pero Dom aumenta su agarre, limitando mis movimientos.

―Dom ―le advierte uno de los miembros de su equipo―. Deja ir a la chica.

Dom se ríe y no creo que le importe una mierda el torneo. Sólo quiere vengarse de Pedro. Normalmente, cuando me encuentro con Dom en las peleas, no está tocándome y soy capaz de escapar antes que lo haga… pero hoy es diferente y estoy preocupada de que si me muevo, Pedro va a hacer algo estúpido. Su grueso dedo aparta el cabello sobre mi hombro y me alejo de su toque


―Ella es un poco tímida, pero si la dejas conmigo por la noche estoy seguro de poder acomodarla para ti.
  
Pedro comienza a avanzar, pero Luciano y Damian lo detienen. Sus fosas nasales están resoplando, sus ojos queriendo sangre.

―Ya oíste a tu equipo ―gruñe él―. Déjala irse, esto es entre tú y yo.  
Una risa profunda retumba en el pecho de Dom, vibrando contra mi espalda. 
 
―Tú la trajiste a esto, no yo.

Echo un vistazo alrededor del club, algunas personas están observando, pero están intrigados, no asustados o preocupados.

Quieren ver que algo suceda aquí. Trato de dar un paso adelante de nuevo y la mano de Dom aprieta. Hago una mueca de dolor ante la presión y Pedro se impulsa hacia adelante, arrastrando a un inútil Damian y a Luciano detrás de él. Dom me empuja a un lado y caigo hacia el suelo. La cadera que había sujetado choca contra las baldosas, enviando un fuerte dolor en mi pierna. Me empujo sobre mi codo y observo el puño cerrado de Pedro conectar con el lado de la cara de Dom. Las desnudistas empiezan a chillar y llamar a seguridad mientras Dom y Pedro intercambian golpe por golpe, sus equipos impotentes para detener a las dos bestias. Pronto, todo el mundo está en esto, equipo contra equipo, golpeándose unos a otros sin sentido. Mis nervios están electrificados y mi corazón está empujando rápidamente la sangre alrededor de mis venas. Me siento mareada con la adrenalina y el miedo. Esto es todo. Pedro está fuera de la competencia y todo es mi culpa.


―¡Pedro! ―grito sobre los gruñidos y gritos.

Las lágrimas amenazan mis ojos y me obligo a levantarme.

―¡Pedro! ―grito de nuevo. 
Los guardias de seguridad están sobre ellos como moscas,
apartándolos los unos de los otros. Los ojos de Pedro se encuentran con los míos y cuando veo su rostro, las lágrimas se vierten sobre el borde de mis ojos. Hay un corte en su ceja y está derramando sangre por su mejilla.

―¡Pedro, vete! ―grita Damian―. Yo me encargo de todo aquí.

Pedro se dirige hacia mí, recogiéndome en sus brazos como si tuviera toda la energía en el mundo. Yo envuelvo mis brazos alrededor de su cuello y este está húmedo de sudor.
―Lo siento mucho. ―Lloro en su hombro.

Me jala más fuerte contra él y cierro los ojos. Muy pronto, el ruido de la concurrida calle y el fresco aire nocturno me llevan a abrir los ojos. El valet trae el coche de Pedro y nos miran, pero no son lo suficientemente valientes como para hacer preguntas. Pedro me sienta en el asiento del pasajero y cierra la puerta con un golpe, sobresaltándome. Se sube en el asiento del conductor y se aleja rápidamente, sin decir nada por todo el camino de regreso al hotel.

No tengo ni idea de lo que está pasando por su cabeza y quiero entrometerme, pero, respetuosamente permanezco en silencio. Nos detenemos en el hotel y salta del coche y se dirige a mi lado. Abre la puerta y me levanta del coche antes de llevarme al vestíbulo. Me siento tonta porque soy más que capaz de caminar. Otros residentes intentan no mirar mientras algunos abiertamente nos miran y Pedro los ignora a todos. Cuando estamos a salvo en nuestra habitación, finalmente, me baja.
―¿Estás bien? ―demanda con urgencia y yo asiento.  
Pedro se detiene delante de mí. No puede respirar. Él no quiere que lo sepa, pero puedo decirlo. Su pecho se está moviendo superficialmente y su rostro está tenso, casi desesperado. Levanta el adorno de un Dios griego y lo  lanza contra la pared de la sala de estar. Salto mientras la porcelana se rompe en cientos de pedazos y se vuelve hacia mí, sus ojos estrechados en rendijas ardiendo oscuramente.

―Vete a la cama ―ordena.
Doy un paso hacia atrás.
  
―Pero tú no estás…

―¡Mierda! ¡Dije que fueras a la cama! ―grita, pasando su dedo con impaciencia a través de su cabello.

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