Apenas me doy cuenta de los edificios y las calles que pasamos mientras conducimos. Toda mi atención se centra en mi muslo, el punto donde Pedro se mantiene dando vueltas con la punta áspera de su dedo índice. Es dolorosamente excitante y tengo que reprimir un grito de asombro cada vez que su círculo se desliza por encima de la cara interna de mi muslo.
Cuando quita la mano, mi mente se despeja y me doy cuenta que el desvió que tomamos es exactamente el mismo que tomé a principios de esta tarde.
―Pedro… ―le digo, con cautela―. ¿A dónde vamos?
Estamos yendo en la misma dirección que su casa, pero él no me llevaría allí. ¿O sí lo haría?
―¿No es obvio? ―pregunta, alzando las cejas hacia mí―. Vamos a mi casa.
Pedro me mira de reojo y por suerte no hay suficiente iluminación para que pueda ver que mis dedos están apretando con nerviosismo la fina tela de mi camiseta.
―Está bien. Dije que esto te hará feliz y confía en mí, lo hará.
Aunque no veo cómo, asiento de todos modos, poniendo toda mi fe en él.
La vista de las casas durante el día me dejó alucinada porque eran tan grandes e impresionantes. Ahora, son hermosas y elegantes. Hay algo acerca de la forma pacífica en que las luces de té brillan e iluminan las pasarelas.
Quiero luces de té para mi casa. Cuando giramos y nos dirigimos lentamente por la ligera pendiente del camino, apaga el coche y se detiene por un momento.
―No tenemos que entrar si no quieres ―digo.
Pedro deja el coche y viene alrededor para abrir mi puerta.
Extiende su mano hacia mí y me toma.
Extiende su mano hacia mí y me toma.
―Vamos a entrar. ―Me sonríe.
Trato de no mirar boquiabierta la forma en que las luces amarillas brillan hermosamente a lo largo de la pasarela de ladrillos de chocolate oscuros de su casa. Me hace anhelar pastel de chocolate y crema de vainilla.Yum.
Los dedos de Pedro se entrelazan con los míos y sonrió hacia él. Pedro. Mi novio. ¿Cómo es que incluso pasó? ¿Cómo me siento tan afortunada? Él mete la llave en la puerta principal y ésta abre sin un crujido. Miro por el largo pasillo. Está vacío, no el tipo de vacío que se ve terrible y llano. Es el tipo de vacío que se las arregla para quitar el aliento. Pedro aparta su mano de la mía.
―Tú primero.
No me muevo.
―¿Tu madre está en casa? No quiero molestarla…
―Mi mamá difícilmente está en casa por la noche. Esta noche no es diferente.
Su mano se desliza hacia la parte baja de mi espalda y presiona sobre mí.
―Sólo estamos nosotros. Adelante.
Entro en la casa y deslizo mis sandalias junto a la puerta. La mano de Pedro asegura la mía otra vez y me jala detrás de él por el largo pasillo. A unos pocos metros por delante del pasillo se detiene y comienza el salón, con sofás oscuros de cuero, alfombras rojas y blancas, una gran TV y esculturas extrañas esto es mucho para digerir. Nunca he visto una casa tan… pensada.
Sé que el exterior es hermoso, pero estaba esperando que el interior fuera,bueno, de chico. Ya sabes, ropa y comida por todas partes, un extraño olor a zapato viejo y cárteles de chicas desnudas. Evité la habitación de mi hermano a toda costa por esas razones exactamente.
―¿Qué, sin cárteles de chicas desnudas? ―bromeo.
Se ríe sin mirarme.
―No, no tengo doce.
Me arrastra a través de la monstruosa cocina, llena de ollas y sartenes colgando, los bancos de acero, las encimeras con detalles en madera y luego por otro pasillo. Éste no está vacío como el primer pasillo. Cuenta con cuadros colgados a lo largo de sus paredes blancas.
―Son mis papás, en realidad.
Oh.
―Lo siento.
Él pone los ojos marrones en mí.
―No tienes nada que lamentar.
Pedro me escolta hasta una escalera en otro mini salón. A un pasillo que se desvía en tres direcciones diferentes y me lleva por uno en el extremo izquierdo. Abre la puerta al final.
―¿Esta es tu habitación?
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