Pedro sonríe hacia Dom, arrastrándome a su lado. Cuanto más nos acercamos a la puerta, más duro clavo mis talones. No puedo ir por ahí con Pedro. Sintiendo mi malestar, Pedro se detiene ante las puertas dobles y Luciano y Damian dicen en su oído.
―¿Qué estás haciendo? ¡Sal ahí! ―gritan, pero él no los oye.
Él saca su protector de boca y se inclina a mi oído.
―¿Te lastimó? ―grita sobre la música y yo sacudo la cabeza.
Con un gesto rápido, me entrega a Damian que me hace pasar a Luciano.
Frunzo el ceño, sintiéndome como una maldita papa caliente. Las puertas se abren y Pedro pone su protector negro de nuevo en su boca y rebota en sus dedos de los pies antes de irrumpir por el pasillo hacia el ring. Luciano me hace pasar a su lado y me congelo cuando los ojos de la multitud se depositan en mí. Todavía están animando y gritando, así que supongo que eso es una buena señal.
Dejo caer mi vista al suelo mientras Luciano camina
conmigo a lo largo del frente de la sala detrás de Pedro.
Cuando veo una abertura cerca de papá y Vanesa, la tomo. Acelero mi andar todo el camino hasta mi lugar y me siento.
Mi estómago está en nudos. Siendo observada por tanta gente es desconcertante.
Cuando veo una abertura cerca de papá y Vanesa, la tomo. Acelero mi andar todo el camino hasta mi lugar y me siento.
Mi estómago está en nudos. Siendo observada por tanta gente es desconcertante.
―Me estaba preguntando cuando ibas a volver. ―Papá sonríe.
Vanesa le entrega un billete de veinte dólares y arqueo una ceja.
―Me dijo que estabas con Pedro, yo le aposté veinte dólares que estabas en el baño vomitando.
―Vaya, gracias.
Ella se encoge de hombros y echo un vistazo alrededor de la multitud.
Hay muchos carteles de "Equipo de Pedro” y otros escritos con comentarios traviesos en ellos. Uno en particular me llamó la atención. Es una gran pieza cuadrada de cartón pintado de un color naranja fluorescente y en grandes
letras negras que dice: “Golpéame, Pedro”.
Vanesa debe haberlo visto también porque su codo se clava en mis costillas y lo señala, riendo como una niña de escuela que ha leído la palabra “polla” por primera vez. Reí, no porque lo encontrara gracioso, sino porque las mujeres realmente tienen las agallas para exponerse de esa manera.
Cuando Pedro está en el ring y se encoge de hombros fuera de su sudadera, papá se pone de pie. Bombea sus puños y zapatea.
Está gritando palabras de aliento y todo lo que puedo pensar es cómo detenerlo. Toda esa excitación no puede ser demasiado buena para su corazón. Doy un tirón en su mano y él vuelve a sentarse.
―Apuesto a que puedo ver la pelea por más tiempo del que puedes permanecer en tu asiento ―lo reto.
Sus cejas se juntan con curiosidad.
―¿Cuánto?
―Te apuesto veinte dólares. Permanece en tu asiento y yo veré la pelea. El primero en levantarse de su silla o cerrar los ojos pierde.
Mi padre es un hombre muy competitivo y sé sin lugar a dudas que va a tomar la apuesta.
―Hecho.
Nos damos la mano y la música de Pedro se apaga.
―¡Y ahoraaa, luchando en la esquina azul, oriundo de Las Vegas, Nevada, Adam Piiiine!
El locutor recita los nombres de los patrocinadores y luego lo entrega al árbitro. Él los llama al centro del ring.
―Como siempre, quiero una buena pelea limpia y no voy a tolerar nada menos. Toquen los guantes.
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