El gimnasio es un hervidero de fanáticos del fitness esta tarde y Vanesa quiere sentarse cerca de la sección de boxeo para conseguir una mirada más de cerca a todos los chicos musculosos golpeándose entre sí.
Afortunadamente, Pedro no está allí, así que estoy de acuerdo con eso. Ella se acomoda en un asiento detrás de una bolsa de repuesto y observa el espectáculo a través de sus gafas de sol.
―Hey, Perver. ―Me río―. Estás aquí para trabajar, no comértelos con los ojos.
Ella lleva sus rodillas hasta el pecho y se inclina hacia atrás en su silla de una manera que es, sin duda, horrible para la columna vertebral. Me duele la espalda mirándola sentada así.
―Incorrecto. Tú estás aquí para trabajar. Yo estoy aquí para apoyar.
El largo cristal de la pared al lado de nosotros nos da una buena parte de este lado del gimnasio. En el interior hay salas de entrenamiento de artes marciales mixtas o yoga o cualquier otra cosa relacionada con el deporte o categoría.
Gente en trajes se alinean en la pared de vidrio de la sala junto a Vanesa y yo. Me empujo en las puntas de los dedos de los pies, curiosa de echar un vistazo.
Por lo general, cuando la habitación está ocupada, el vidrio se vuelve negro impidiendo que nadie mire hacia adentro.
Hoy, a las personas usándolo no parecía importarles que el cristal estuviera todavía transparente.
Saco las muñequeras deportivas de mi bolsa. Los recibí cuando tenía dieciséis años. Solía tomar clases de boxeo cuando era más joven.
Vanesa también lo hizo hasta que lo dejó porque pensó que sus bíceps se estaban haciendo más grandes.
He tenido la intención de sustituir estas muñequeras con unas más nuevas, pero me gusta cuán ligeras son y vinieron con un orificio de pulgar y velcro, haciéndolas más fácil para envolver.
Vanesa me ayuda a deslizarme dentro de un pequeño par de guantes. Son apretados, pero puedo sentir el apoyo en torno a mi muñeca. Doblo mis rodillas ligeramente y cierro mis puños enguantados en la bolsa.
Cuento incluso ritmos y números en mi cabeza. Me encanta el boxeo.
No lo he hecho mucho en los últimos años, aún menos ahora que Pedro domina esta zona, pero es una buena liberación para mí.
A Ramiro no le gustan las mujeres boxeando, al parecer, hay algo castrante y varonil al respecto. Pfft.
―¿Paupy? ―Echo un vistazo para ver a papá salir de la sala de entrenamiento. Lleva una chaqueta con capucha y un par de pantalones negros de deporte, algo que realmente no he visto que use por un tiempo.
―Buenos días Sr. Chaves ―lo saluda Vanesa, deslizando sus gafas de sol a la parte superior de su cabeza.
Ella siempre se refería a mi padre como el Sr. Chaves a pesar de que se han conocido el uno al otro desde que estaba en la escuela primaria.
―Hey, Vane. ¿Cómo estás? ¿Cómo está tú papá?
―Estoy bien y él está genial, gracias por preguntar.
Papá vuelve su atención hacia mí.
―No te he visto boxear por un tiempo.
Echo un vistazo a los guantes.
―Sí, me sentí con ganas esta mañana.
―Ven, quiero mostrarte algo. ―Me agarra por el brazo y me empuja hacia la sala de entrenamiento.
―¿No puedes decirme lo que quieres mostrarme? Tengo una buena imaginación ―digo, sabiendo muy bien que papá quiere que vea algo que tiene que ver con Pedro.
Vanesa salta de su silla para seguirnos de cerca. Un hombre de piel oscura impecable sale de la habitación, lo que nos impide entrar. Sus ojos son de un bonito color dorado con manchas marrones oscuras. Son reconfortantes.
Mis ojos se caen al cronómetro que cuelga alrededor de su cuello y me doy cuenta que él estuvo aquí ayer, también.
―Uh, Ricardo. No creo que sea una buena idea. Está en un estado de ánimo bastante asqueroso esta mañana ―le dice a papá.
―¡Es sólo mi hija, Damian. Él va a estar bien.
Los pasos de papá pasan a Damian, tirando de mí en la sala de entrenamiento y yo jadeo en voz alta mientras atestiguo cómo Pedro conduce su rodilla en la cara de su compañero de práctica.
Mis manos cubren inmediatamente la boca y mi pulso golpea a un nivel superior, enviando niveles peligrosos de náuseas a través de mi estómago.
Pedro se mueve hacia mí al oír mi grito de asombro. Sus ojos son tan oscuros como vidrio volcánico y me sobresaltan.
No me gustan las peleas, de juego, de práctica o de otra manera y estar en la presencia de alguien que lo hace para ganarse la vida me pone incómoda.
Afortunadamente, el compañero de práctica tiene un protector facial puesto y no está herido tan mal, pero todavía no puedo alejar mis manos de mi cara.
El compañero, o la víctima, más bien, se pone temblorosamente de pie y pasea tranquilamente para unirse al resto del equipo en el otro lado de la habitación.
―Increíble ―susurra Vanesa a mi lado.
El pecho de Pedro se eleva y cae rápidamente. Bajo las luces, veo el sudor relucir en su cuerpo. Lleva un par de pantalones cortos con la abertura en el lado y las manos están vendadas en blanco.
Si tuviera que adivinar,diría que es una gasa suave y cinta quirúrgica.
Cuando alejo la mirada de Pedro me doy cuenta de todos los demás en la sala. Tiene que haber al menos una veintena de personas aquí. Doce se encuentran en trajes y alineados contra la pared tomando notas y discutiendo cosas en voz baja.
Uno de ellos es el entrenador y los demás son compañeros de práctica maltrechos desplegando sus heridas y gimiendo en el rincón más alejado.
¿Pedro había hecho daño a todos?
Por supuesto que lo hizo.
Junto a mí, papá está todo vertiginoso y emocionado, me hace sentir aún más nauseas. Dejo caer las manos a mis costados mientras papá me mira. ¿Esto es lo que quería mostrarme?
―No te ves muy bien ―dice papá, riéndose de mí. Él sabe exactamente lo que siento por los combates.
Siempre que me hizo ver sus peleas de MMA, me sentaba a su lado,con los ojos fuertemente cerrados. No sé lo que es, pero cada vez que carne se conecta con carne… Me siento enferma.
―Si piensa que eso es malo, debería haberla visto la noche anterior.―Se ríe Vanesa. Giró de golpe la cabeza sobre mi hombro, disparando dagas en su dirección, pero no parece captar el mensaje―. Ella tuvo roinol en Lux´s.
Las cejas de papá surcan.
―¿Qué es roinol?
―Es un…
―Una bebida alcohólica ―interrumpo rápidamente, cortando a Vanesa―. Una fuerte.
Papá se ve completamente perdido.
―Todas las cosas de la nueva época son confusas. Recuerdo entrar en un bar, cuando era joven y sólo tener tres opciones. ¿Qué hay de malo con un buen clásico Jack Daniels? ―Se ríe él―. Siempre y cuando te diviertas y
tengas cuidado, no me importa cuántos roinoles bebas.
Vanesa resopla mientras contiene una risa en su garganta. Niego y ella hace gestos con su boca disculpándose hacia mí antes de girarse y salir de la habitación.
Mi mirada se encuentra la cara de Pedro de nuevo sus ojos están pegados a mí.
El calor se extiende debajo de mi piel, me doy cuenta que su mirada es todo menos alegre.
―Papá, ¿puedes darme un minuto con Pedro? ―pregunto, en voz baja.
No tengo idea de lo que estoy haciendo o lo que voy a decir, pero me da la sensación de que si Pedro no habla conmigo en este momento va a enloquecer.
Papá asiente con curiosidad.
―Está bien…
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