―¿Pau?
Oigo el sonido de mi apodo y abro los ojos, pero no acaba de registrarse en mi cerebro. Cierro los ojos de nuevo. Estoy cálida, con sueño y satisfecha. No quiero estar haciendo cualquier otra cosa. Un dedo roza suavemente sobre mi mejilla.
―¿Paula? ―Oigo de nuevo.
Abro los ojos por segunda vez. Está oscuro, pero sólo puedo distinguir la silueta de Pedro por encima de mí. Sus nudillos acarician suavemente mi mejilla y tiré de mí misma a una posición sentada. Después de unos segundos mi visión se ajusta a la oscuridad y me doy cuenta de que Pedro está completamente vestido con las llaves del coche en la mano.
―¿Está todo bien? ―le pregunto, mi voz ronca por el sueño.
―Quiero que vengas conmigo a recoger a mi mamá. ―Hay un hilo de frustración en su tono―. Nunca te lo hubiese pedido, pero viendo que somos una pareja ahora…debemos hacer las cosas juntos, ¿verdad? ¿No importa qué tan mierda sea?
¿Su mamá? ¿Está bien? Me trago mi creciente preocupación y afirmo.
―Así es.
Lanzo las mantas. Y me deslizo fuera de la cama. Pedro se acerca a la pared y enciende la luz haciéndome entrecerrar los ojos bajo la dureza repentina.
―Puse la ropa sobre el respaldo del sofá. ―Me sonríe mientras estoy desnuda.
Me pongo mi ropa pieza por pieza y me paso los dedos por el cabello, apenas logrando sacar todos los nudos.
―¿Dónde está tu mamá?
Da unos golpecitos con los dedos sobre sus pantalones vaqueros.
―Está en la estación de policía.
Me pongo rígida.
―¿En la estación de policía? ¿Qué hacemos? ¿Necesitas llamar a un abogado o…?
―Esto es normal. Conozco al comisario de la estación. Voy a recogerla y llevarla a casa.
―¿Y eso es todo?
Me da una sonrisa tensa.
―Eso es todo.
―¿Así que esto no es nuevo? ―exhalo, relajándome un poco.
―Lamentablemente, no. Esta será la cuarta vez desde que me mudé a Portland que he tenido que recogerla en una estación de policía.
―¿Y el comisario sólo te llama?
―Sí.
Recuerdo que Pedro tomó una llamada de teléfono antes de… y una vez en la noche en que se negó a tener relaciones sexuales conmigo y una vez en la noche que fuimos a cenar. Tuvo que salir a toda prisa. Lo siento por él.
No debería tener que dejar de hacer lo que esté haciendo con su vida para recoger a su madre borracha. Eso no está bien.
No debería tener que dejar de hacer lo que esté haciendo con su vida para recoger a su madre borracha. Eso no está bien.
Lo sigo de cerca detrás a medida que caminamos a través de la gran casa y por la puerta principal. Pedro no habla en todo el camino a la estación de policía. Cuando lo miro, su mandíbula está siempre tensa, siempre trabajando en contra de sí mismo.
―¿Por qué lo aguantas? ―le pregunto.
―Porque es mi madre… ―Se pasa los dedos por el cabello―. Siento que se lo debo, supongo. Yo no era el mejor chico.
Sus palabras me molestan. Sigue siendo el hijo, no el padre. Su madre debe cuidar de las finanzas y de la casa. No Pedro.
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