―¿Lo has follado? ―suelta sobrecogiéndome de mis molestias pasadas.
Mi voz sale mucho más tranquila de lo que me propongo.
―Eso no es de tu incumbencia.
Ramiro pasa delante de mí, casi golpeándome a su paso. El pánico arde en mí, esto es exactamente lo que quería evitar.
Mis piernas tiemblan y amenazan con ceder cuando salto de las escaleras y persigo a Ramiro. Esto es demasiado drama para manejarlo. Una leve sonrisa tira de los labios de Pedro y su gran cuerpo abandona el auto mientras Ramiro se acerca.
―¿La has follado? ―exige Ramiro, deteniéndose muy cerca de Pedro. Hay un destello artero en los ojos de Pedro y me doy cuenta que lo he visto antes.
Tiene la misma mirada que tenía ese día en mi trabajo.
―He hecho más que eso. ―Pedro sonríe con satisfacción.
Luciano se abre paso entre los dos hombres y sus manos vuelan al pecho de Ramiro, causando que su camiseta amarilla se frunza. Lo hace retroceder un poco.
―No hagas nada estúpido, hombre ―le advierte Luciano en voz baja.
Ramiro lo ignora y lo empuja hacia atrás.
―Tú probablemente la has follado también.
Me estremezco. Escucharlo hablar de mí con un tono tan disgustado hace que mi pecho se apriete. Miro a Pedro, él fulmina con la mirada a Ramiro ahora, sus ojos brillan con un destello oscuro y letal. Trago duramente, sintiendo mis manos comenzar a temblar con pánico.
―Nah, hombre ―le asegura Luciano, casualmente―. Ella es suya.
―¿Suya? ―Él casi escupe la palabra y hunde sus ojos azul hielo hacia mí―. ¿Suya?
Trago con fuerza.
―Sí.
Pensé que estaría feliz restregándole a Pedro a Ramiro en la cara, pero lamentablemente… me hace sentir como una mierda.
―Pero te vi en Internet. Parecías tan incómoda y llevabas el vestido que compré para ti. Pensé…
―Eso no quiere decir nada… Vanesa me hizo tomar el vestido.
Dirijo la cajita roja de nuevo hacia él. Su mirada cae a la misma y luego de vuelta a mi cara. En mis seis años de noviazgo con Ramiro, nunca lo había visto tan herido… y es demasiado para mí. Tengo que irme.
―Tómala ―dice Pedro, recostándose contra el coche―. Ella no lo quiere.
Los dedos largos y delgados de Ramiro alcanzan y se enrollan alrededor de la caja. Sus dedos fríos permanecen en los míos por un tiempo más largo y se me cae la mirada al concreto antes de tirar de mi mano. Ramiro se mueve hacia un lado y sin mirarlo me dirijo hacia el coche. Cuando estoy al lado de Pedro, su voz rompe el silencio incómodo.
―¿Sabes lo que hice después de la pelea? ―le dice Pedro a Ramiro con una sonrisa sardónica.
Oh, mierda. Mis ojos se abren y la sangre se drena de mi cara.
―Pedro…
―Arruiné el vestido.
Él no dijo eso. Miro a Ramiro, su rostro no se puede leer, pero encarna la justa ira por el modo en que su cuerpo se vuelve tenso. Abro la boca para hablar, para decirle que Pedro está mintiendo, que no arruiné el vestido y sólo está tratando de conseguir estar por encima de él, pero el gruñido enojado de Ramiro me obliga a apretar la boca cerrada.
―¡Hijo de puta!
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