sábado, 1 de noviembre de 2014

CAPITULO 246




PEDRO



Uno... Dos... Tres... Cuatro... Cinco... Paula captura su sexy y labio grueso entre los dientes. ¡Maldita sea! Uno... Dos... Tres... Cuatro... se agacha a recoger algo del piso y veo justo su parte superior. Esos pechos... los mismos pechos que había presionado contra la pared de la ducha la noche anterior. Niego y empiezo mi cuenta desde el principio. A la mierda. ¿Qué sentido tiene? He estado contando mis pasos mientras corro en la cinta con el fin de distraerme de Paula


Cuando entreno fuera, trabajo en más de una forma y no voy a tenerla en cuarto de baño, no cuando Dom inicia su entrenamiento después de mí. Iba a pedirle a Paula que no viniese al entrenamiento de esta mañana, pero ella rebotó fuera del baño viéndose toda linda y todo eso en sus diminutos pantalones cortos negros y camiseta suelta de color rosa. A ella le gusta estar aquí. Me gusta verla y sentirla como si fuera una parte de esto. Es bonito. Me gusta el hecho de que la hace feliz y cuando ella es feliz, yo soy feliz.


―Pedro ―grita Damian desde el otro lado de la habitación, sacándome de mis pensamientos.


Disminuyo mi cinta de correr en un paseo y golpeó parar. Camino, hasta que la cinta se detiene.


―Jaula, ahora ―exige, y con un movimiento de cabeza, bajo de la cinta.


Agarro mi toalla y limpio mi cara mientras Damian asiente hacia Luciano, quien pone su casco y guantes y delimita las escaleras en la jaula. Cruzo el gimnasio, pasando por encima de campanas hervidoras de agua y bolsas rebotando de arena. Tomo mis guantes, ignorando la boca de protección mientras Damian niega, lanzando la protección por encima de sus hombros.


―No vas a recibir ni un golpe ―suspira—. Lo entiendo.


Juguetonamente pincho su hombro y me uno a Luciano en la jaula. Sacudo mis brazos, aflojando los músculos. Luciano es bueno, fácilmente el sparring más difícil que he tenido. Siempre le he dicho para unirse a las MMA, pero no quiere pelear más. Lo solía hacer. Nuestro plan fue participar en el MMAC juntos, pero después de toda la mierda con Amelia, se perdió. Según él, se metió en demasiadas peleas a causa de ella y ahora la idea de luchar lo pone en el borde.


En estos días, ayuda a alcanzar mi sueño, mientras que abandonó los suyos.


―No voy a ponértelo fácil, niño bonito. ―Luciano se ríe, subiendo sus puños―. El tiempo de jugar ha terminado.


Me río. ¿Niño bonito? Eso es extremadamente gracioso, viniendo de él.


―Bueno. Es hora de intensificar tu rutina de entrenamiento. Estaba empezando a aburrirme.


Observo a Paula, que está de pie al lado de Damian. Están involucrados en una conversación, sus labios están atrapados juntos y niega, señalando con el dedo a su pecho. La clara determinación en su rostro es sexy... Me encanta cuando es feroz y espero que esté regañando a Damian por lo de ayer. Si tiene un problema con mi entrenamiento, que venga a mí, no que pase por ella. 


Siempre va a través de ella, poniéndola en situaciones difíciles.


―Manos arriba ―ordena Luciano, y llevo mi atención de nuevo a la jaula.


Cumplo. Hoy estoy de humor para el combate, sobre todo después de la entrevista con Dom ayer. Echo un vistazo al reloj grande de acero. Dispongo de cuarenta minutos hasta que Dom y su equipo crucen a través de las puertas.


Quiero salir de aquí antes de eso. Me imagino que la mejor manera de mantenerlo fuera de mi cabeza es evitarlo y sus sarcásticos comentarios, hasta la noche del combate.


Apenas me instalo en mi postura antes de que Luciano lance sus puños, dejándolos volar como nunca antes. La mayoría me las arreglo para bloquearlos, pero algunos conectan con mis lados. Al final, me siento magullado y me duele todo. Cuando descanso mis manos en mis caderas, Luciano me da palmaditas en la espalda. 


Me concentro en el corte que divide su labio de la otra parte lisa.


Incluso sonrío en ello.


―Lo has hecho bien. ―Sonríe y sacudo una carcajada.


―¿Lo hice bien? Consulta mis tiempos y luego vuelves con un elogio digno.


Luciano se ríe y se aleja para hablar con Damian. Mientras abre la jaula y se asoma, Paula entra con dificultad en su camino y rebota hacia mí.


―¡Eres increíble! ―exclama.


Extiendo un brazo y empieza a quitarme el guante.


―¿Ahora? ¿O anoche?


Observo sus mejillas colorearse de rosa y evita mis ojos, reprimiendo una sonrisa.


―Detente.


―¿Eres tímida, de repente? No eras tímida anoche cuando chup…


―Pedro ―chilla, rompiéndose hacia adelante y golpeando mi estómago. Me estremezco con una risa y retrocedo, extendiendo los brazos hacia ella. Su cara se vuelve una sexy sombra más oscura de color rosa y se extiende por el cuello a su pecho.


―¿Qué? ―Me río de nuevo―. No es como si lo estuviera gritado desde la parte superior de mis pulmones.


―Aun así ―susurra con dureza―. No quiero que nadie más lo oiga.


Atormentarla es demasiado divertido. Siempre lo ha sido. Me encantan sus reacciones y la pasión que se manifiesta en ella. Sintiéndome bastante juguetón, digo:
―No tengo que decirles nada. Se quedan en el mismo hotel, estoy seguro de que lo han oído por sí mismos.


Paula se lanza hacia adelante, de pronto tragando la distancia entre nosotros y me aparto de su camino. Viene a mí una y otra vez, y dejo que me persiga alrededor de la jaula. El suelo se mece bajo mi peso con cada paso que doy, coincidiendo con el mismo ritmo de mi pecho. Pronto el otro lado de la jaula está a nuestro alcance y en el último segundo, doy un paso de lado y giro a su alrededor, agarrando el brazo de Paula. Medio chilla, medio se atraganta con una risa sorprendida cuando le doy vuelta y la empujo contra la jaula. En mis manos, sus muñecas son pequeñas y las exprimo mientas las presiono en el alambre, haciendo que sus ojos verdes brillen.


―¿Pueden dejarlo? ―grita Damian, pero lo ignoro, perdido en nuestra pequeña burbuja.


―¿Cómo se mueve tu grande cuerpo tan rápido? ―pregunta, riéndose. No le importa que esté caliente o sudoroso―. Pedro Alfonso: tan impresionante que incluso desafía las leyes de la gravedad.


―No es mi habilidad más increíble, te diré eso.


Ella rueda los ojos.


―¿Es esta la parte en que tratas de seducirme con tus dichosas habilidades?


―No tengo que tratar de hacer cualquier cosa. Puedo decir once palabras ahora mismo, y te tendré comiendo de la palma de mi mano.


Su pecho se eleva y cae contra el mío un jadeo rápido, uno de mis movimientos favoritos suyos. Supongo que ella ha aceptado mi desafío.


―¿Te acuerdas? ―pregunto, bajando mi boca a su oído―. ¿Lo que te hice contra una jaula?


Su respiración es más caliente inmediatamente contra el costado de mi cuello y siento los músculos de sus muñecas contraerse y relajarse. Incluso la oigo tragar.


―Recuerdo ―susurra, finalmente, aclarándose la garganta.


Tiro hacia atrás para mirarla a los ojos. Sus párpados son pesados, con los labios muy húmedos y sonrío triunfalmente.


―¿Cómo lo hago?


―N… no me estoy inmutando en lo más mínimo ―miente. 
Puedo sentir sus muslos apretarse juntos―. Yo gano.


Mentirosa. Aprieto mis manos en sus muñecas.


―Estás mintiendo.


Sus labios rosados se rizan en las esquinas y parpadea inocentemente.


―¿Cómo puedes probarlo?


―Tus palabras podrían estar diciendo una cosa, cariño, pero tu cuerpo está cantando otra. ―Sonrío, mirando hacia abajo a su pecho―. La próxima vez que quieras mentirme acerca de estar encendida, no lleves un sujetador deportivo
delgado. Esos pezones están cortando a través de él como si nada. ―Mira hacia abajo y se atraganta con una risa.


―Oh, Dios mío. ―Me mira de nuevo y su rostro se vuelve rojo―. Mi cuerpo me traiciona.


Dejo caer una de sus muñecas para ahuecar su pecho, haciendo que todo su cuerpo se apriete. Dejo que mi pulgar revolotee sobre su pezón oculto y su aliento se engancha. 


La sonrisa desaparece de su rostro cuando se bloquean sus ojos en los míos. Conozco la mirada, la mirada del deseo animal puro. Aquí estamos, haciendo lo mismo que inició la épica follada de tres horas de duración de anoche.


Solo que aquí no puedo tomarla por detrás, o sobre su espalda, o dejar que se siente encima mío. Mis opciones son limitadas... Odio cuando mis opciones son limitadas.


―Son leales a mí, porque las trato bien ―digo con una sonrisa sutil.


Paula se inclina fuera de la jaula, trayendo su boca más cerca. Me besa apretando sus labios suavemente contra los míos y todo mi ser se tranquiliza. No hay pensamientos flotando en mi cabeza, no hay músculos tensos y mi estómago no se queja, todo lo que escucho son mis constantes latidos. Entonces, suena su teléfono y todas mis perturbaciones anteriores vienen inundándome de nuevo.


Entrenamiento, Dom y comida, todo ello parece importar ahora que sus labios no están en mí. La libero y dejo que busque a través del bolsillo de sus pantalones cortos su teléfono. Lo saca, mira la pantalla, y lo lleva a su oído.


―¿Hola? Hola, Maca...


Doblo mis brazos y veo la expresión de Paula para obtener cualquier pista sobre exactamente por qué mi hermana la está llamando.


―Pregúntale tú ―dice―. Ya sabes cómo es tu hermano.


Paula me entrega su teléfono, pero no lo tomo.


―¿Qué es lo que quiere? ―le pregunto.


Empuja el teléfono en mis manos.


―Habla y lo averiguaras.


Con una exhalación fuerte, tomo el teléfono y lo llevo a mi oído.


―¿Sí?


―Pedro―me saluda con alegría exagerada. Definitivamente está tramando algo―. ¿Cómo va el entrenamiento?


―Va bien.


La línea se queda en silencio y después de unos segundos, oigo chasquear su lengua.


―Estaaaaá bien ―dice torpemente―… Escucha, Brian está tocando en este bar…


―No.


―Ni siquiera sabes lo que voy a decir.


Niego.


―No vas a decir, vas a preguntar. Vas a preguntarme si quiero ir y ver a tu novio tocar en un bar. Mi respuesta es no.


Seguramente tenía que saberlo antes de preguntármelo. 


Sabe lo que siento por Brian. No me gusta y nunca lo ha hecho. Es un punk listillo de una banda que se acuesta con mi hermana pequeña.


―Te admira, lo sabes. Lo menos que puedes hacer es fingir que te importa.


¿El me admira? No. Tiene miedo de mí porque voy a patear la mierda fuera de él si le hace daño a mi hermana. Podría haberle dicho eso... en cambio, mantengo mi boca cerrada. Decirle a Maca que no debería estar con Brian, solo hace que lo quiera más.


Maca exhala.


―Por favor, Pedro. Significaría mucho para mí si vinieras.


―¿Alguna vez duermes? ―le pregunto, rastrillando mis dedos por mi cabello. Se ríe tontamente mientras miro detenidamente a Paula.


Lo digo seriamente, sin embargo. Maca está fuera aproximadamente las veinticuatro horas, los siete días, lo juro. Siempre tiene algo que hacer.


―Esto es Las Vegas, Pedro. No hay sueño para los malvados.


Paula mastica con entusiasmo la uña de su dedo índice, esperando mi respuesta. Parece que quiere ir, Dios sabe por qué, está aún con la resacada de la noche anterior. Hice el desayuno para ella y casi vomita sobre el banco de la cocina. Levanta las cejas y exhalo. Voy a decir que sí. 


Maldita sea. Sé que lo haré... no puedo negarle nada a Paula.


Exhalo.


―¿Dónde es?


Ahoga un grito.


―Es en The Cage el bar oficial del MMAC.


Ruedo los ojos.


―Vaya, me pregunto ¿qué nombre le ayudó a conseguir este trabajo?


―Lo conseguí para ellos... y tu nombre ayudó un poco, gracias.


Soplo el aire de mis mejillas, sacudiendo la cabeza.


―¿Hora?


―Diez y media.


―Vamos a ir, pero solo por una hora. Sabes que no creo que la banda tenga algún talento.


Paula inclina su cabeza y su cabello largo de chocolate cae aún más por encima del hombro. Piensa que estoy siendo injusto, pero lo va a ver. La banda de Brian es una mierda. 


Ahora que lo pienso, ni siquiera sé su nombre.


―¡Gracias hermano!


Y cuelga.


Entrego a Paula su teléfono de nuevo y ella lo desliza en su bolsillo. Planto mis manos en mis caderas mientras ella camina cerca y rodea con sus brazos mi cuello. No se necesita mucho tiempo para derrumbarme y envolver los míos por su cintura.


―Eres un buen hermano ―me dice Paula, tirándome hacia abajo para encontrar mis ojos con los suyos―. Maca te ama.


―Y yo la quiero, pero no tengo ni idea de por qué sigue viendo a ese imbécil.


―Estoy segura de que no es tan malo ―insiste, besándome en la boca―. Estás siendo protector con tu hermana.


―Vas a verlo esta noche. Tiene estos ojos pequeños y brillantes de color azul, que se pegan a todo lo que lleve falda, así que lleva vaqueros, los flojos.


Se ríe, apretándome.


―Eres increíble.


―Si con esto quieres decir, increíblemente seguro de que una camiseta floja irá bien también con los pantalones vaqueros flojos, entonces sí.


Chasquea la mano, sin dejar de reír.


―No tengo de jeans flojos.


Me encojo de hombros, incapaz de ocultar mi sonrisa.


―Puedes pedir prestados de los míos.


Paula se aleja de mí y se dirige hacia la puerta abierta.


―Vamos, loco ―llama por encima de su hombro—. Vamos a salir de aquí.


Sin dudarlo, la sigo. Me quito el guante restante y lo tiro por encima de mi hombro. Tal vez soy un poco loco. Tal vez leo en las cosas y asumo lo peor de las personas, pero por lo general no es sin razón, y Brian es una razón suficiente para ser etiquetado como loco.

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