viernes, 31 de octubre de 2014

CAPITULO 244




PAULA


Luciano y Maca ocupan la mitad delantera del coche, dejándonos a Pedro y a mí solos en la parte de atrás. Tiro del botón de los pantalones de Pedro y me palmea. No puedo evitar una risita mientras trato de conseguir sus pantalones abiertos otra vez.


―Paula ―me advierte, con voz baja y áspera―. Mantén tus manos para ti misma.


Me hubiera sentido amenazada si no estuviera mordiendo una sonrisa. Me siento en mi silla, me agacho, y silenciosamente desengancho mi cinturón de seguridad. 


Entonces, me retuerzo en mi asiento y miro a Pedro. Él mira pasar los edificios más allá de nosotros, completamente ajeno a mi próximo ataque. No voy a hacer nada, al menos no mientras Luciano y su hermana estén aquí, pero me gusta hacer que se sienta incómodo, como tantas veces lo hace conmigo. Pongo mi mano en su rodilla, y sus labios se contraen. Subo aún más, moviendo mis dedos a lo largo como una costura. Me mira de reojo y le sonrió inocentemente.


Cuando llego a la mitad de su muslo, Pedro desabrocha su propio cinturón de seguridad y yo grito cuando me sujeta, me sostiene en sus fuertes brazos, y me empuja de plano contra el asiento de atrás. Me aplasta bajo su peso hasta el punto de no poder respirar, y trae su boca junto a mi oreja.


―¿Esto es lo que quieres?


―Quería atención ―le digo, sin aliento―. Pero esto es bueno, también.


Me estremezco cuando su cálida lengua traza el lóbulo de mi oreja y mi cabeza da vueltas, la mayor parte es debido al alcohol, que yo sepa, pero hay una pequeña parte de mi cerebro que se siente como que está separada y girando en dirección opuesta. Esa sección gira solo porque él está cerca. Su limpio aroma llega a mí e inhalo pesadamente.


―Te olvidaste ―susurra, besando el lóbulo de mi oreja.


―¿Me olvidé?


Pedro se levanta a sí mismo de mí y mis pulmones se inundan de oxígeno.


Uso mis codos para empujarme en una posición sentada y apoyo mi cabeza contra el respaldo del asiento para evitar que me vuelque de nuevo. La expresión de Pedro se comprime; sus labios fruncidos en una delgada línea.


―Te olvidaste que tenemos la cena en una hora.


Me tenso. Luciano se agacha y enciende la radio, dándonos a Pedro y a mí un poco más de privacidad. Maca mira por encima del hombro, con los ojos abiertos y preocupados. Oh no. Tiene razón, lo olvidé. Durante dos semanas he recordado esta cena... ¡Y jodidamente la olvidé!


―Mierda ―pronuncio, presionando la palma de mi mano en mi frente―.Me olvidé. Lo siento mucho. No me…


―Está bien ―dice simplemente.


Me muevo en mi asiento, acercándome a él. Rastrillo mis dedos por mi cabello y palmeo mi cara un par de veces. Pedro agarra mis manos en las suyas grandes y cálidas y tira de ellas en su regazo con una risa gutural.


―¿Qué estás haciendo?


―Estoy despertándome ―le digo.


―No hay necesidad. No vienes. ―Estira su mano y me acaricia la mejilla―. Vamos a llevarte a casa, ponerte en la ducha, y llevarte a la cama. Voy a ir solo.


Aprieto su mano antes de dejar caer mi cabeza en su hombro. No voy a discutir. No estoy en estado para estar caminando en un vestido ajustado y tacones.


―Realmente lo siento.


―Sé que lo haces, pero no lo hagas. Está bien, de verdad.


―¿De verdad, de verdad?


Reflexiona por un segundo antes de sonreír.


―De verdad, de verdad. Te llevo a todas mis presentaciones. Te mereces una noche libre.


Mi corazón se hincha. A veces, tengo miedo de la reacción de Pedro a las cosas.


Puede ir en cualquier dirección, y la mayoría de las veces, sus reacciones van al sur, pero de vez en cuando me lanza una bola curva. Son las bolas curvas por las que vivo. Me mantiene en ascuas y mantiene nuestra relación impredecible...como a mí me gusta. Agarro su cara y lo jalo hacia mí antes de aplastar mis labios a los suyos. Espero que él se aparte, en cambio, abre la boca para mí y sumerjo mi lengua dentro. Todo mi cuerpo vibra cuando su mano áspera se desliza por uno de mis muslos, corriendo la tela más y más alto. Quiero más. Mi corazón amenaza con abrirse camino fuera de mi pecho y sé que si abro los ojos y veo su cara, voy a estallar en llamas.


―¿En serio? ¿Ahora? ―se queja Maca desde el asiento delantero, poniendo la música más fuerte―. Ustedes dos son asquerosos.


Pedro muerde mi labio inferior y aleja su deliciosa boca. 


Hago pucheros y me acurruco de nuevo en él. Quiero darle un beso para siempre. Quiero sentir la adrenalina que su cuerpo crea dentro de mí. Cuando me toca, me siento como un volcán a punto de estallar, y cuando finalmente se desborde, todo mi ser estará caliente. El calor no puede ser apagado, se vierte lentamente, burbujeando y quemando todo a su paso. Es una fuerza imparable... un efecto secundario inevitable del potente toque de Pedro Alfonso.


Y no puedo tener suficiente.

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