lunes, 17 de noviembre de 2014

EPILOGO


PEDRO


MESES MAS TARDE



La barbacoa chisporrotea bajo mi espátula mientras doy vuelta a la carne para asar el otro lado. El sol está alto, el aire es caliente, y sin nubes cubriendo el cielo.


―¿Cómo se ven esos filetes? ―pregunta Damian, cerniéndose sobre la barbacoa. Pone su cerveza en el suelo a un lado y se queda junto a Luciano.


―Igual como estaban hace cinco minuto ―le digo con una sonrisa.


En cualquier barbacoa, Damian tiene que estar en control de la cocción de la carne. Normalmente, dejo que lo haga, pero ya que esta es la primera barbacoa en nuestra nueva casa, quiero hacerlo. Voy a ser papá cualquier día de estos, infierno, el vientre de Paula es tan redondo. Estoy seguro de que voy a ser papá de un momento a otro.


―Creo que Paula necesita ayuda con la hielera. Teniendo en cuenta que está llena de refrescos, está bastante pesada.


Le entrego a Damian mis pinzas y me dirijo hacia las escaleras. Me topo con mamá y Maca y me obligo a subir las escaleras más rápido que nunca y estallo en la cocina. La madre de Paula, Sandra, salta, agarrando su pecho mientras accidentalmente doy una patada en la papelera y tropiezo en el mostrador.


―¡Por el amor de Dios, Pedro! ―exclama su mamá―. ¿Tienes que hacer una escena antes de entrar en cada habitación?


―No lleves la hielera sola ―le digo a Paula―. Está demasiado pesada. Déjame hacerlo.


Paula desplaza su peso contra el mostrador y coloca su mano en las caderas. Hay una sonrisa en los labios, de absoluta diversión.


―¿Quién está encargándose de la barbacoa?


―Damian.


Detrás de mí, Sandra se queja mientras recoge la basura y los contenidos que se haya derramado.


Paula se ríe.


―Oh, cariño. ―Pone mala cara, extendiendo sus brazos hacia mí.


Con el ceño fruncido, me deslizo más cerca de ella.


―¿Qué?


Ella me rodea con sus brazos y no voy a mentir, abrazarla es realmente difícil ahora que tiene un vientre del tamaño de una pelota de baloncesto, se siente como una, también.


―Damian llevó la hielera abajo hace un rato. Todo el tiempo se quejaba sobre que estabas en la barbacoa.


Ese hijo de puta


―Pero si quieres ayudar, mamá y yo tenemos tres platos adicionales que deben ser bajados. ―Apunta a los tres enormes platos sobre el mostrador. Por lo que se ve, son los platos de ensalada de pasta, ensalada de papas, y una extraña ensalada de pollo que Paula vio en Internet ayer por la noche y exigió que se hiciera. Sandra se lava las manos y agarra un plato. Agarro uno también, y lo mismo ocurre con Paula, pero lo tomo de ella, equilibrando un plato en cada mano.


―Tranquila, mamá. ―Me río de ella―. Vas a estallar en cualquier momento y lamentaría que resbalaras y arruinaras una ensalada que se ve tan deliciosa.


―Oh, ¡ja, ja! ―Se ríe irónicamente―. Muy gracioso. Paula pasa sus manos sobre su vientre―. No creo que él o ella vayan a salir algún día.


―Él… ―aclaro―… saldrá cuando esté listo. Simplemente relájate y disfruta del almuerzo por el momento.


Paula y yo decidimos mantener el sexo en secreto... bien, eso es una mentira.


Ella decidió por nosotros mantener el sexo en secreto. 


Piensa que es emocionante, pero creo que es jodidamente una tortura. Una vez intenté sobornar a la ginecóloga para que me dijera qué era cuando Paula no estaba mirando. 


Nunca he visto a una mujer tan ofendida. Uno pensaría que le pedí que me enseñara su pezón mientras mi esposa no estaba mirando. Es curioso, pero en el momento fue aterrador. El cuarto del bebé está en el pasillo justo enfrente de nuestra habitación y está lleno hasta el techo de todas las cosas que un infante necesita, pero Paula afirma que el nuestro no lo hace. Compré un limpiador de mamaderas aunque Paula planea amamantarlo, pero le dije que una vez le muerda uno de sus pezones, ella cambiará de opinión rápidamente. Marchamos por las escaleras y miramos a Damian, que ríe con aire de suficiencia hacía mí mientras toma un sorbo de su cerveza. Luciano sonríe junto a él. Pongo los platos en la mesa y Vanesa aplaude.


―Estoy tan jodidamente hambrienta ―exclama, el entusiasmo envolviendo sus palabras.


―¿Así es cómo hablas en torno a una mesa? ―le regaña Sandra.  


Los hombros de Vanesa se desploman y se quita sus rubios rizos alrededor de ellos.


―Lo siento.


Cuando Sandra se da la vuelta y se dirige a la barbacoa, mi mamá chasquea el cabello de su cara y se inclina sobre Vanesa.


―Está bien maldecir en ocasiones ―le dice―. Y creo que tener hambre y ver a un plato tan bueno como este es una buena puta razón.


Me ahogo.


―¡Mamá!


Paula, Maca y Vanesa se ríen, tapándose la boca como colegialas.


―¿Qué? ―Agarra su copa de vino y la lleva a sus labios. 


Para aclarar, ha vertido zumo de naranja en un vaso de vino. Ha estado sobria desde que fue dada de alta de la rehabilitación y no prueba nada de alcohol. Estoy feliz por ella. Sabía que volvería de nuevo a nosotros con el tiempo... incluso si tuviera que forzarlo.


―Realmente sabes que Luciano tiene que sentarse en la mesa para comer ―le dice Maca a Vanesa.


Correcto. Luciano y Vanesa dejaron de hablarse después de Las Vegas. Por lo que Luciano me dice, todavía tienen relaciones sexuales, pero ella lo echa inmediatamente después. Un círculo vicioso.


―Lo sé, por eso me estoy tragando este vodka como si fuera agua.


―Mentira ―interviene Paula―. Tú no bebes agua.


Una vez más se ríen todas y mamá participa, también. Ha sido un día maravilloso y nunca he sido más feliz. Nadamos en la piscina, bebimos buenos tragos, disfrutado de la buena compañía y buena comida. No puedo esperar para que todos se vayan e ir a la cama.


Desde que dejé la MMAC, no puedo decir que mi rutina ha cambiado mucho. Todavía me despierto temprano y voy al gimnasio. Practico con Luciano y Damian y luego abrimos el gimnasio para los clientes. El gimnasio es un hervidero. 


Hemos tenido tantas inscripciones que tuvimos que comprar la tienda de al lado y ampliarlo solo para encajar a nuestros miembros. Repartimos clases diarias y tenemos un total de veintiséis empleados y un aprendiz. Ricardo estaría orgulloso de Paula y de mí, por todo lo que hemos logrado juntos. Solamente sé que lo estaría. Saco mi silla y me siento, esperando que Damian traiga los filetes.


Esa es la única cosa que va a parar los calambres de hambre de mi estómago. Miro de reojo a Paula, que todavía está de pie junto a su silla. Ella me mira, con los ojos muy abiertos.


―Ven. ―Palmeo su asiento―. Ven a descansar tus pies.
Ella niega.


―No... No me puedo sentar.


Frunzo el ceño hacia ella que mira hacia abajo en sus piernas. Efectivamente, sus pantalones cortos celeste se ven un azul más oscuro entre los muslos. Ella empieza a llorar, una especie de llanto preocupado, y me alzo de mi asiento y corro hacia ella. Se aferra a mí con fuerza, como si tuviera miedo de que fuera a flotar si la dejo ir.


―¡Uh, mamá! ―grito―. Algo está sucediendo.


¡Maldita sea! Me quedé hasta tarde leyendo libros sobre el embarazo durante meses, pero ahora que está sucediendo realmente, no tengo idea de lo que estoy haciendo. Mamá grita, haciendo que tanto Paula como yo nos estremezcamos.


―¡Vamos a tener un bebé! ―grita.


Un minuto estoy solo sosteniendo a Paula y el siguiente estamos rodeados por todo el mundo. Las palabras, las órdenes, y la información se introducen en mi cráneo y apenas puedo pensar con claridad.


―¿Sientes algún dolor? ―le pregunta Sandra y Paula asiente.


―Algo de contracciones ―se estremece―. Pero nada demasiado malo.


―Necesitamos medir el tiempo de las contracciones ―dice Damian.


De su bolsillo trasero saca su cronómetro, el que usó en toda mi carrera en la lucha. Alzo una ceja.


―¿Siempre llevas esa cosa contigo?


Se encoge de hombros.


―Nunca se sabe.


Pongo a Paula en su asiento y Damian me entrega su cronómetro. Una vez que Paula está sentada, estoy cronometrando sus contracciones y nuestras mamás están alejando el cabello de Paula de su cara. Los demás vuelven a la normalidad. Se sirven sus comidas y llenan sus copas. Hacen brindis e inflan sus caras al mismo tiempo que estamos tratando de tener un bebé. Están borrachos de todos modos, no es como si pudieran traer el hospital, así que los dejo actuar.


Son felices con sus vidas y son felices por nosotros. Un nuevo Alfonso está a punto de entrar en el mundo. Fui capaz de comprometerme con una chica y crear otra vida. Seamos honestos, eso en sí mismo es un milagro.




* * *



Con un último gemido doloroso y fuerte empujón, mi bebé se desliza dentro de mi mundo en silencio.


―Es una niña ―me dice el médico y lágrimas pican en mis ojos. Nunca he visto nada tan hermoso. Estoy tan enamorado que no me importa si no es un niño.


Me apresuro a la cabecera de la cama y planto besos por toda la cara de Paula.


Ella me sonríe con cansancio.


―¿Cómo lo hice? ―murmura, con los ojos medio cerrados.
La beso una y otra vez.


―Perfecto. Ella es perfecta.


Los ojos de Paula se ensanchan y su sonrisa se ensancha mientras las lágrimas ruedan de sus ojos.


―¿Ella?


Asiento. Nos tomó a Paula y a mí, meses y meses para decidir sobre un nombre para un niño y para una niña. Los argumentos eran interminables, todo terminaba de la misma manera hasta que encontramos el que salió rodando de
nuestras lenguas.


―Olivia Alfonso ―susurra y asiento de nuevo.


Los médicos colocan a nuestro bebé en el pecho de Paula


En silencio, la bebé la mira, sus ojos no enfocándose en nada realmente. Sus manos se presionan contra sus mejillas mientras su cara se comienza a torcer. Sus ojos no tienen color todavía, pero su cabello es negro azabache y pegado torpemente a su cuero cabelludo.


―Quiero más ―le digo a Paula, dando un pequeño toque en la rosada naricita de Olivia. Puedo sentir la mirada de Paula en el lado de mi cara y luego la miro a ella y me fijo en su piel, tan blanca como un fantasma.


―Un niño está bien, también. Vanesa y Luciano son hijos únicos… ―Hace una pausa y piensa en sus palabras―. O dos. Dos es un buen número.


O tres o cuatro, pienso en silencio. En lugar de expresarlo, beso a Paula en su frente de nuevo, y finalmente, la bebé Olivia comienza a llorar. Sonrío mientras Paula trae la bebé a su pecho, usando todos sus instintos maternales naturales.


Mientras las veo tan vinculadas, siento que mi corazón se rasga en dos y las dos piezas pertenecen exclusivamente a mi mujer y mi hija. Sé entonces que todas las decisiones que he tomado en mi vida me han llevado a esto. Es por eso que estoy aquí. Este es mi propósito en la vida. Olivia llora de nuevo, sacándome de mis pensamientos. Sonrío y toco su mano con el dedo meñique. Ella lo agarra y aprieta
con todas sus fuerzas.


Y justo así, Olivia, mi dulce e inocente bebé, se convierte en la segunda chica que me deja sin habla y roba por completo mi corazón.

CAPITULO 282




Finalmente, pateó el culo de Dom. Finalmente, le dio exactamente lo que se merecía. Por triste que parezca, ver a Dom yacer en el suelo, aturdido, levanta un peso de mis hombros. Pedro nunca tendrá que luchar contra él de nuevo, y una vez que nos vayamos de Las Vegas, estoy segura de que nunca tendré que ver su cara de nuevo. Después de esto, dudo que se aparezca alrededor de Portland siquiera, al menos no mientras Pedro esté allí, de todos modos.


Observo a Pedro ser lanzado hacia atrás cuando Jackson y Damian chocan contra él. Parece que está todavía demasiado embobado por la adrenalina como para que le duela algo, pero sospecho que cuando su cuerpo se enfríe sus músculos van a jodidamente doler.


―¡Lo hiciste! ―gritan, dándole una palmada alrededor.


Pedro se ríe y les aprieta a su cuerpo. Él no hubiera sido capaz de hacer esto sin ellos. El equipo de Pedro, que es lo que son, y esta lucha final no significa que tiene que terminar ahora.


―¡Pedro!


Su risa se desvanece y mi sonrisa se tambalea cuando Matt Somers llega desde el otro lado de la jaula. Él chasquea la cabeza y Damian y Luciano dejan a Pedro ir. Seth me da una pequeña sonrisa tranquilizadora mientras pasea hacia Matt, el presentador y seis cámaras que permanecen delante de él.


El presentador le entrega un micrófono para dirigirse a la multitud. Su anillo de oro brillante se destaca, brillando en la luz proporcionada, mientras él acaricia su desordenado cabello castaño.


―Wow ―dice simplemente y todo el mundo grita en acuerdo―. Eso fue intenso. ¿Cómo te sientes, Pedro?


―Me siento bien ―responde con una sonrisa―. Me siento muy bien.


―Sé que hubo mucha tensión hasta llegar a esta lucha. En algunas ocasiones tú y Dom Russell iban a pelearse fuera del ring, ¿eso hizo que se encienda tu temperamento esta noche?


―Tuvo un pequeño papel en mi juego esta noche, pero soy un luchador. Es mi trabajo perforar caras y pegar a las personas y eso es exactamente lo que hice.


Matt Somers y el presentador se ríen por lo que Pedro dijo e ignoran a Dom, que está sentado ahora, siendo revisado por, al menos, tres médicos. Ellos no se preocupan por él... solo por Pedro, el luchador que ganó la pelea. ¿Y si Dom hubiera ganado? ¿Dejarían a Pedro solo en la lona? Independientemente de Dom, lo que representa, y lo que es, mi corazón se rompe por él... nadie merece ser arrojado como basura.


―¿Qué será lo próximo para Pedro Alfonso? Si pudieras elegir, ¿con quién lucharías después?


La mirada de Pedro se agita sobre su hombro y hacia mi cara. 


Hay un mensaje ahí que no puedo leer.


―¿Qué sigue? ―reflexiona durante unos segundos―. Mi esposa está teniendo un bebé.


Más aplausos resuenan.


―Y voy a volver a casa en Portland para manejar mi gimnasio. No quiero pelear más.


Los espectadores inhalan con fuerza, casi por unanimidad antes de la erupción en un ataque de los chismes. Matt Somers mira a Pedro con una sonrisa forzada en su lugar y el presentador intenta jugar con ello.


―¿Dom te golpeó un poco demasiado duro, Pedro? ―se ríe, alejándose de Matt y Pedro. Hay una mirada inquieta en sus ojos mientras él busca en la jaula algo en lo que enfocar su atención. Cuando ve a Dom sentado en el suelo, se dirige hacia él. Pedro sigue al presentador con la mirada, evitando la sonrisa incómoda de Matt. Pedro también ve a Dom, todavía en el suelo, y me mira. Asiento, sabiendo que me está preguntando si debería. Mis labios se curvan en una sonrisa de adoración cuando veo a Pedro ayudar a Dom a ponerse de pie y se dan la mano. No hay palabras intercambiadas, pero por suerte, no más golpes, tampoco. 


Mi marido es un buen deportista, un modelo a seguir para otros luchadores. Dom sabe que el ganador ha sido decidido. Sabe que no hay nada más que demostrar.


Pedro se pasea de la jaula y baja las escaleras. Arranco su sudadera del piso y se la devuelvo. La coloca sobre sus hombros y ata sus dedos con los míos. Puedo sentir sus músculos temblando mientras junto mi cuerpo al suyo y caminamos.


La gente lo acaricia mientras caminamos. Le dicen que lo hizo bien y que lo aman.


Él asiente en respuesta. Sus dedos se aprietan alrededor de los míos, como si tuviera miedo de que alguien fuera a alejarme de él, y no se relajan hasta que estamos a solas en su habitación y la puerta está cerrada y bloqueada.


Me apoyo contra la pared mientras deja caer su capucha al suelo y se baja los pantalones cortos. Mis mejillas se calientan ante la vista de su trasero desnudo.


Llega a un par de tijeras en la silla más cercana y me las extiende, luego las baja.


Con una sonrisa pícara pregunta:
―¿Estás sonrojada?


―Te quitaste los pantalones ―le contesto, forzando mis ojos a permanecer en su rostro―. Por supuesto que estoy sonrojada.


Echo un vistazo a las tijeras en sus manos enguantadas.


―¿Quieres que lo corte?


―Nueva regla. ―Se ríe―. No puedes decir frases como esas cuando estoy desnudo. Me pone nervioso.


―Entendido. ―Me río, tomando las tijeras de su mano. 


Extiende sus guantes hacia mí y lo corto recto por el centro, liberando sus manos.


Se lanza hacia delante, con sus manos desnudas calientes, ahuecando mi cara. Mi respiración se engancha mientras me presiono a mí misma tan duro como puedo contra la pared para evitar que me roce la sangre de Dom en mi ropa.


―Te escuché, ya sabes.


Mi respiración, rápida y nerviosa, choca con la de él.


―Me oíste decir, ¿qué?


―Gritándome, alentándome.


“¡Muévete!” grito mientras Pedro da un paso lateral y Damian tropieza en la jaula.



Siento mis labios crecer en una sonrisa cuando lo recuerdo.


―Supongo que sí.


Besa la esquina de mi boca muy suavemente. Es el tipo de suave, burlón beso que me dan ganas de agarrar su cara y obligarlo a besarme más duro. Libera mi rostro y se aparta de mí. Observo su gloriosa regresada hasta que desaparece detrás de la puerta de la ducha. Se baña durante al menos veinte minutos y espero a que alguien golpee la puerta o la tumbe con el pie para ahora, pero nadie lo hace y espero pacientemente, escuchando el suave sonido del agua chocando contra las baldosas. Un minuto más tarde, Pedro sale con una toalla envuelta libremente alrededor de sus caderas. La visión de su piel limpia, seca mi garganta. Se inclina contra la pared frente a mí, y sin una palabra de él, camino más cerca.


―Me duele todo... ―Sonríe, sus ojos oscuros quemando brillantemente.
Cuando llego a su alcance, agarra mi camisa y me tira más cerca―. Quiero que me arregles.


Calor quema por mi espina dorsal y se centra entre mis muslos mientras me aprieta contra su cuerpo cálido y húmedo. Si nadie toca la puerta en los próximos veinte segundos, la mierda se va a volver realmente sucia, muy rápido. Lo ansío.


Anhelo mostrarle lo mucho que lo amo, curar temporalmente su cuerpo con el mío.


―¿Cómo puedo solucionarlo para ti? ―le susurro, mi garganta seca y mi voz ronca.


―Un beso es un buen comienzo. ―Agacha su cabeza y estoy paralizada, incapaz de moverme más cerca o alejarme.


Cuando sus labios rozan los míos, la puerta se desbloquea desde el exterior y se abre. Pedro levanta la cabeza, sus cejas arqueándose.


―¿Estás jodidamente bromeando, Pedro? ¿Cómo te atreves a arrojar esa mierda? ―grita Matt, tirando algo por la habitación. Rebota en la pared y se estrella sobre una mesa, botando las botellas de batidos de proteínas. Pedro se gira, metiéndome detrás de su gran cuerpo―. Estás bajo contrato. ¡No puedes malditamente irte!


Miro alrededor del cuerpo de Pedro y Damian le lanza sus jeans. Sin decir una palabra, Pedro se los pone y lanza la toalla a un lado. Mi pecho se siente pesado mientras ansiosamente espero.


―Yo me encargo de este idiota, Pedro ―dice Damian cuando Luciano se desliza en la habitación―. Te vas a casa y duerme bien.


Con una inclinación de cabeza, Pedro se vuelve y me levanta a en sus brazos.


Estoy bastante impresionada que sea todavía capaz de movernos después de una pelea así.


―¡No! ―le grita Matt―. ¡No puedes malditamente dejarlo! ¡Tengo tu firma en un condenado contrato!


Sin hacerle caso, Pedro camina hacia la puerta, pero Matt se precipita hacia adelante, dispuesto a bloquearlo. Antes de que llegue a la puerta, Luciano empuja de golpe su cuerpo con él suyo, dejando espacio para que nos vayamos.


―¡Adiós, Matt! ―digo, envolviendo mis brazos alrededor del cuello de Pedro y riendo como una idiota.


―Cuida de mi muchacho, Paula―dice Damian en voz alta y le sonrío por encima del hombro de Pedro.


―Siempre lo hago.


Pedro me aprieta contra su cuerpo y besa mi cuello.


―¿Dónde estábamos? ―pregunta, rozando la punta de sus labios por mi mejilla.


―Besándonos ―le digo sin vacilar. Giro mi cabeza y suavemente presiono mis labios hacia su corte―. E iba a arreglarte.


La gente nos mira mientras caminamos y nos besamos, pero no es nada nuevo. Antes de Pedro, evitaba todas las formas de afecto en público. Ahora me doy cuenta de que era porque tenía miedo de que la gente viera a través de la farsa que era mi relación con Ramiro. Tenía miedo de que la gente viera que no lo amaba.


Con Pedro, es diferente. Lo beso en público con todo lo que tengo porque no tengo miedo, y en el transcurso de nuestra relación, aprendí una cosa; debes esforzarte por encontrar a la persona con la que te sientas cómodo. Hay que salir de nuestro camino para encontrar a alguien que nos haga sonreír y al mismo tiempo volvernos locos. Debes encontrar a alguien que no te dé un ultimátum, sino que esté dispuesto a crecer contigo y no para ti. La persona adecuada para uno crecerá porque quiere, no porque tú quieres que lo haga. Debes encontrar a alguien que sabe exactamente cómo compensártelo cuando cometa errores, y recuerda, todo el mundo comete errores.


Nadie debe conformarse con menos.


Todo el mundo merece su propio Pedro.